Por una alfabetización digital crítica

Reflexionemos también sobre el «analfabetismo digital»

A lo largo de este periodo escolar no presencial hemos ido abordando en este blog algunos de los temas de debate que se han suscitado por este motivo. Muchos de ellos hacen relación a las funciones que cumple o no cumple una escuela obligatoria para todos hasta los 16 años organizada según unas directrices y unos supuestos filosóficos determinados. Hemos entrado en que la selección de estas funciones viene condicionada por un muchas variables que normalmente se escapan a la reflexión docente del día a día, más preocupados por «ejecutar» bien estas directrices en el marco institucional que el sistema educativo nos propone que por cuestionarse tanto el origen de las directrices como el marco en el que deben llevarse a cabo.

Sabemos que en el día a día, cuando los profesores tienen interiorizado que su principal preocupación es el desarrollo integral de los niños en las mejores condiciones posibles, surgen entonces unas contradicciones tremendas entre lo que las «directrices» nos proponen y lo que intuimos que debería hacerse. Es un primer paso en la toma de conciencia. Importante. Pero que con frecuencia es un paso que el propio sistema suscita. Lo curioso es que suele estar orientada a cargar la «responsabilidad» en las competencias y capacidad de innovar del docente. Muy pocos, imbuidos en la frenética actividad diaria, alcanzan a reflexionar que la iniciativa suele proceder de la esfera económica más que de la política. Es decir, que el proceso sigue orientado a «adaptarnos» a los cambios que se nos avecinan, propuestos por los que diseñan el mundo futuro, sin que alcancemos a cuestionarnos si ese «mundo futuro» es el que necesitamos realmente.

El proceso sigue orientado a «adaptarnos» a los cambios que se nos avecinan, propuestos por los que diseñan el mundo futuro, sin que alcancemos a cuestionarnos si ese «mundo futuro» es el que necesitamos realmente

Centrémonos ahora en el debate de la «brecha digital» que se ha manifestado y se ha ampliado como consecuencia de haber puesto «patas arriba» a la Escuela presencial y reconvertirla, a marchas forzadas, en una Escuela «a distancia», online. Me voy a referir, una vez más, a las edades de la Escuela obligatoria.

No conozco ninguna reflexión que niegue esta «brecha» tecnológica superpuesta a la brecha «social» de la desigualdad a la que hemos dedicado varias reflexiones. Hemos constatado con una gran intensidad, en el ejercicio de nuestra labor telemática y en el final de la etapa obligatoria, que sigue existiendo un «analfabetismo» funcional tradicional: No se lee y se escribe bien; se es incapaz de analizar y entender y actuar críticamente en el mundo que nos ha tocado vivir. Y esto es así con casi todos nuestros alumnos en general y, mucho más acentuado, con los alumnos denominados en «desventaja social» en particular. Pero a este analfabetismo «clásico» se le superpone ahora el que se suele denominar «digital». Es decir, constatamos que además se carece de las competencias necesarias para manejar una de las herramientas que más profundamente están influyendo en nuestra actual posición y comprensión del mundo.

Cuando se habla de la brecha digital, y se intenta corregir el impacto negativo que hay que corregir en este momento, normalmente se hace alusión a «tres brechas» interrelacionadas. Las explicó recientemente en un artículo en El País, el conocido sociólogo de la educación Mariano Fernández Enguita. Recoge muy bien el contenido que suele darse a esta acepción de «brecha digital»:

  • Una tiene que ver con la CONECTIVIDAD, es decir, con el acceso a una conexión de calidad de todas las personas. En este caso, de todos los alumnos en sus casas.
  • La segunda tiene que ver con la posesión del Hardware, es decir, de los «instrumentos» tecnológicos precisos para realizar la labor escolar. Obviando el móvil, que suele ser el omnipresente, hablaríamos de tablets u ordenadores básicamente.
  • Y la tercera con las «competencias tecnológicas» adecuadas para manejar estas herramientas.

Siendo importantes los tres, nos vamos a centrar en un aspecto del tercero que, casualmente, suele no tener atención alguna: la capacidad de pensar críticamente SOBRE LAS TECNOLOGÍAS de la información que se nos están proponiendo y la infraestructura de conectividad que se ha levantado para ello. Es curioso que sólo se entre a valorar el USO de la tecnología (su capacidad de usarla más o menos bien o adecuadamente) sin que forme parte del proceso educativo el reflexionar sobre la existencia misma de esta tecnología y estas infraestructuras presuponiendo que no podría haber otras.

No forma parte del proceso educativo el reflexionar sobre la existencia misma de esta tecnología y estas infraestructuras

Por eso he acudido al trabajo de reflexión que ha realizado durante muchos años una amiga mía, Ines B, con la que he tenido el placer de colaborar en varias ocasiones. Ella ha creado la asociación ONDULA precisamente para que la Alfabetización digital necesaria contenga este aspecto inusual. Creo que esta reflexión es fundamental en este momento porque los docentes nos podemos volver locos en la carrera por «estar a la última» y volver locos a los chicos en esta misma carrera. Y, una vez más, en nombre de las mejores intenciones. Os dejos con estas reflexiones, que hago mías. Tengo su permiso para modificar lo necesario para que pueda adaptarse a este formato, ya que proceden de «manuales» elaborados para otra finalidad.

Entre nativos digitales y las élites de Silicon Valley

Hace algunos años llegó a popularizarse el término de “nativos digitales”, que presupone que las niñas y niños de hoy saben utilizar las tecnologías “de manera natural” mejor que sus mayores . Así que ¿qué pueden aprender de sus mayores? Según este planteamiento, poco o nada. Pero recientemente se ha demostrado que esto no es cierto: las nuevas generaciones de niñas, niños y adolescentes son capaces de poner a funcionar una aplicación en una pantalla porque las aplicaciones y juegos están diseñados para ser cada vez más fáciles de usar, pero está claro que los más jóvenes carecen a priori de criterio propio para identificar, por ejemplo, el impacto emocional que supone ver un vídeo o sumergirse en un juego online, o para dejar de usar las pantallas si se dan cuenta de que están perdiendo el tiempo, o para discernir lo que les conviene y lo que no. Y lo que madres, padres y demás personas adultas que acompañamos a los más jóvenes podemos aportarles es precisamente eso: ayudarlos a generar un criterio propio que les permita hacer un uso crítico y saludable de las tecnologías.

Tal vez hayas oído hablar de Silicon Valley en Estados Unidos. Se trata de un lugar conocido porque allí se encuentran las sedes de las principales empresas tecnológicas como Apple, Facebook, Google, Amazon o Netflix, que desarrollan las aplicaciones que utilizamos en nuestro día a día para informarnos y comunicarnos. Es conocido el hecho de que las madres y padres que ocupan puestos directivos en estas empresas, y que por tanto conocen bien cómo están diseñadas estas tecnologías, limitan o prohíben en casa el uso de pantallas, que llevan a sus hijos/as a escuelas donde no se usa una pantalla hasta los 15 años y que incluso niegan por contrato el uso de móviles a las niñeras. ¿Por qué prefieren apartar a sus hijos/as de las tecnologías en edades tempranas? ¿Cómo lo consiguen? ¿Qué podemos aprender de este planteamiento? Lo cierto es que algunos estudios revelan que el tiempo que niños, niñas y adolescentes usan móviles y otros dispositivos es mucho mayor cuanto menor es el nivel cultural y socioeconómico de las familias.

¿Qué nos tenemos que plantear para empezar?

Tomemos como ejemplo a las mamás y papás de Silicon Valley, para empezar a situarnos y ver qué podemos hacer al respecto:

  • Tienen unos criterios y toman decisiones coherentes sobre la educación tecnológica de sus hijos/as en base al conocimiento que tienen de las tecnologías. No se trata de que debamos convertirnos en ingenieros/as, pero un uso crítico empieza por preguntarnos y querer comprender algunas cosas acerca de las tecnologías digitales que usamos diariamente: ¿son neutrales? ¿qué hacen para engancharnos? ¿dónde se guarda toda esa información? Abordaremos estas preguntas en el primer capítulo de la guía.
  • Conocen y practican usos de la tecnología con sentido, es decir, tienen un propósito claro a la hora de sentarse frente a la pantalla: cuidar sus relaciones interpersonales, desarrollar la cultura audiovisual, investigar y comprender, … Lo que marca la diferencia en estos usos es el sentido. Por eso evitan ponerse ante la pantalla por aburrimiento, o bien para evadirse de la realidad o entretenerse y matar el tiempo. Veremos estas formas de uso en el segundo capítulo de la guía.
  • Elaboran y practican estrategias de buen uso de las tecnologías en la familia basadas en el diálogo, en poner límites, en acompañar los momentos de uso y, sobre todo, en promover experiencias de aprendizaje y relación fuera de las pantallas. Y no dudan en acordar con la escuela espacios libres de tecnologías. Es verdad que sus estrategias son viables en parte porque tienen dinero para pagar una escuela de élite, pero ¿acaso no podemos hacer algo como madres y padres trabajadores con los medios de los que disponemos? Una de las estrategias que trataremos de desarrollar es el potencial de la cooperación entre familias. En el tercer capítulo veremos la importancia de esta visión estratégica y cómo se concreta en ejemplos prácticos.
  • Acompañan a sus hijos/as en el uso de las tecnologías de acuerdo a su nivel de desarrollo emocional, mental y corporal en cada franja de edad, priorizando aquello que favorece su aprendizaje y su socialización en cada momento.

Aprender a educar en un uso crítico de las tecnologías es contribuir a una educación integral de niños y niñas como personas, atendiendo a conocimientos y procedimientos, pero también a actitudes y valores que les permitan ser, conocer y conocerse, expresarse y relacionarse de manera auténtica.

Algunas cosas sobre la tecnología que debemos preguntarnos 

El ser humano es un ser social por naturaleza: necesitamos expresarnos, escuchar, compartir, relacionarnos. Las tecnologías de la información y la comunicación median precisamente en nuestras relaciones sociales y en nuestra manera de relacionarnos con el mundo. Una buena forma manera de empezar a hacer un uso crítico de estas tecnologías es conociendo en qué consisten y cómo funcionan. A continuación, te proponemos empezar planteándote algunas preguntas que no requieren tanto de conocimientos técnicos avanzados como de tu propia capacidad para reflexionar y relacionar ideas.

¿Es neutral la tecnología?

Tal vez hayas escuchado en algún momento aquello de que “la tecnología no es buena ni mala, depende de cómo se use”. Esto es cierto solo en parte: siempre podemos ejercer nuestra libertad y responsabilidad en la manera en que usamos las tecnologías, pero al mismo tiempo estas tecnologías no son sólo herramientas que nos sirven para informarnos y comunicarnos, sino que también están diseñadas al servicio de importantes intereses económicos.

¿Las aplicaciones son realmente gratuitas?

La mayoría de las aplicaciones y redes sociales que utilizamos son comerciales. Podríamos pensar lo contrario porque nosotros no pagamos por utilizarlas y mayoritariamente son “gratuitas”. Pero en realidad las empresas que desarrollan estas aplicaciones están entre las más ricas y poderosas del mundo. ¿Sabías que la mensajería instantánea de WhatsApp y la red social Instagram que tanto utilizan los jóvenes, son aplicaciones que pertenecen a la empresa Facebook Inc.? ¿Sabías que Gmail, Youtube y el sistema operativo Android, que funciona en la gran mayoría de smartphones, pertenecen a Alphabet que es la empresa matriz de Google? Recientemente, por primera vez en la historia, el top 5 de las empresas más lucrativas del mundo lo constituyen empresas de la economía digital. De mayor a menor: Apple, Alphabet, Microsoft, Amazon y Facebook, que han desplazado a posiciones inferiores a empresas financieras, farmacéuticas y petroleras.

Entonces, ¿cómo ganan dinero?

Buena parte de la razón de su éxito económico radica en el hecho de que estas aplicaciones y redes sociales recopilan y venden información sobre nosotros: lo que vemos, lo que nos gusta, fotos y comentarios que subimos, así como datos de uso. Entre ellos, uno muy importante, a qué hora accedemos a determinados contenidos o desde dónde lo hacemos. Estos datos recopilados de millones de personas son muchos datos: es lo que se ha llamado Big Data. Cuanto más tiempo pasamos utilizándolas, más información generamos y más dinero generan para las empresas. Esta información se utiliza para la publicidad y el marketing: estudiando nuestros comportamientos y ajustando las campañas tanto comerciales como políticas. Quien tiene la información tiene también el poder.

¿Es posible servir a dos amos?

“No se puede servir a Dios y al dinero”, sentencia nuestra tradición. Si atiendes a uno, desatiendes a otro. Las tecnologías digitales están diseñadas para darnos acceso a fuentes de información, como el buscador de Google, y para crear espacios virtuales de comunicación, como las redes sociales. Pero también sirven para generar grandes beneficios económicos. Por tanto, estas tecnologías no son neutrales, sino que están al servicio de estos dos objetivos. ¿En qué nos afecta esto?

  • Existe una gran desigualdad entre quienes poseen los medios de producción y consumo de información, que acumulan gran poder y riqueza, y entre quienes los utilizamos y pagamos con nuestro tiempo, nuestra atención y nuestros datos.
  • Para conseguir la mayor rentabilidad económica es preciso crear una necesidad que pueda ser consumida a través de la tecnología. La necesidad más importante que hay que potenciar es la de “estar conectado”, de mirar si tengo un mensaje nuevo o de ganar una partida más en un juego. Crear necesidades superfluas nos aleja de atender a nuestras necesidades profundas, limitando en realidad la libertad de las personas.
  • Socializarnos a través de las redes sociales es más parecido a formar parte de un escaparate de un centro comercial donde cada quien se exhibe a precio de “me gusta”, que a quedar en un parque, en la plaza o en casa de unos amigos. Todo aquello que exhibimos y que hacemos queda además registrado en la red social.

¿Qué necesidades educativas debemos explorar ante esta propuesta no neutral?

  • Conocer no sólo los aspectos técnicos de las tecnologías, sino también su relación con la economía, la política o el medio ambiente.
  • Tomar un papel activo como ciudadanos digitales exigiendo también un mundo más justo en el ámbito tecnológico, que distribuya la riqueza y que respete la libertad de usar o no usar.
  • Educar en un consumo responsable, limitando el tiempo de uso de aplicaciones, redes sociales y videojuegos.

¿Dónde se guarda lo que subimos a las redes?

Seguramente hayas oído también que “Internet es la Nube”. Utilizamos distintas expresiones en este sentido: “he subido esta foto” o “eso lo tengo guardado en la Nube”. Es curioso cómo se ha popularizado esta percepción de Internet. Inconscientemente, nos imaginamos que realmente nuestros documentos y fotos están “en las nubes”, en un lugar enorme y etéreo, en los cielos… Y confiamos en que están bien ahí.

Internet es algo muy físico

Internet está en la tierra, no en los cielos:

  • Existen miles de kilómetros de cables que llevan la información de un lugar a otro. Estos cables están bajo el asfalto en las ciudades y bajo el océano cruzando de un continente a otro.
  • Existen centros de datos y servidores que son edificios grandes como naves industriales en cuyo interior se encuentran pasillos y pasillos con ordenadores. En ellos se guardan desde nuestros correos electrónicos a todo nuestro historial de redes sociales.

Pero todos esos cables no se ven, y esos centros de datos quedan muy lejos. Resulta en cambio que nuestra experiencia más inmediata es que nuestro móvil se conecta a través del aire con la Nube. Y en parte es cierto: si estamos en un lugar con cobertura móvil (3G, 4G) o nos conectamos a una red WiFi no usamos cables. Pero esto es sólo el último tramo de la red. La cobertura móvil y la WiFi provienen de una antena y a partir de ahí el resto de Internet es cableado.

¿Qué pasa cuando subimos una foto a la red?

Creer en los Reyes Magos puede tener sentido, pero creer que Internet es una Nube nos aleja de hacer un uso responsable y consciente de nuestra actividad en la red. Cuando subimos una foto a una red social, como por ejemplo Facebook o Instagram, esta foto “viaja” a través del router WiFi o de una antena de cobertura móvil, pasa por muchos kilómetros de cables y otros routers en Internet, hasta llegar a un centro de datos de Facebook que está en otro país, como puede ser Finlandia o Estados Unidos. La sensación de que subir una foto es algo instantáneo se debe a que la velocidad de transmisión de las tecnologías de Internet es muy alta: tarda apenas unos milisegundos, pero lo cierto es que la foto realiza un gran viaje y queda allí guardada.

¿Qué consecuencias tiene esto?

En la medida en que una foto está allí y no aquí, en nuestro móvil, hemos perdido en cierto modo el control sobre ella. Las personas que tengan acceso a la foto la pueden descargar y hacer con ella lo que quieran, dentro o fuera del marco legal. Incluso si más adelante decides borrarla, dejarás de verla pero, ¿cómo puedes saber si ha desaparecido del centro de datos? No puedes saberlo. Si realmente quieres mostrar una foto a un/a amigo/a, puedes enviársela directamente o bien mostrársela en la pantalla de tu móvil y comentar sobre ella. Casi nadie piensa en estas cuestiones. Y eso forma parte del tipo de control tan fuerte que ejercen estas empresas.

¿Qué rastro dejamos al navegar por Internet?

¿Cuántas aplicaciones tienes en tu móvil? ¿Cuántas cuentas has creado en diferentes sitios web? Tal vez muchas de ellas ni las recuerdas. Para instalar una aplicación o crear una cuenta en un sitio web, hemos aceptado los términos y condiciones de uso de la aplicación. La huella digital es toda la información que vamos introduciendo en las aplicaciones:  los datos que generamos al usar nuestra cuenta de correo electrónico o la cuenta cliente para entrar en una tienda online, la información sobre nuestra ubicación (dónde estamos) que recopilan las redes sociales y otras aplicaciones, …

¿Qué importancia tienen estos datos?

Como hemos visto, estos datos se guardan en los centros de datos de determinadas empresas. Si nos ponemos a pensar qué revela uno o dos datos sueltos sobre nuestras vidas, puede no parecernos muy grave. El problema radica en qué sucede con todos esos trozos de datos juntos, recopilados a través del móvil, del ordenador, de una cuenta,… para luego ser analizados, compartidos y vendidos. Con el paso del tiempo, estos conjuntos de información conforman patrones digitales sobre nuestra intimidad: nuestros hábitos, movimientos, relaciones, preferencias, creencias y secretos. Todos estos datos se revelan ante quienes recopilan y capitalizan nuestros datos. También están ahí si alguien consigue acceso a nuestras cuentas o dispositivos. Es lo que ocurre si tenemos una contraseña demasiado fácil o utilizamos la misma contraseña para distintas cuentas.

¿Qué motivos podemos tener para preocuparnos por nuestra privacidad?

  • Me parece invasivo y desagradable que me persigan anuncios en Internet.
  • Me preocupa que alguien robe mi identidad electrónica, abra cuentas en mi nombre.
  • No quiero que las empresas se lucren con mi información personal.
  • Me preocupa que mis datos afecten a mi calificación al solicitar un crédito o impliquen pagar más en mis planes de seguro médico.
  • No me gusta la idea de que todas mis búsquedas online se registren (¡especialmente las que son muy personales!)
  • Me preocupa que las noticias que veo en la red se alteren según mi actividad en Internet.
  • No me gusta no saber qué información sobre mí se registra.
  • Me avergüenza que esas fotos viejas estén por ahí en Internet.
  • Ojalá sintiera más control sobre mi vida digital.
  • ¡Claro que tengo algo que esconder! Nadie tiene una vida tan aburrida (¡o tan perfecta!)

¿Qué trucos usan las aplicaciones y redes sociales para engancharnos?

Cuando hablamos de aplicaciones nos referimos a las redes sociales, música, videos y series online, juegos online e incluso a otro tipo de aplicaciones descargadas en nuestro móvil y que sirven a propósitos específicos como el entrenamiento físico personal o el seguimiento del ciclo menstrual, que además recogen información sensible sobre nuestra salud.

Como hemos visto, las tecnologías digitales no son neutrales. El éxito del negocio se produce cuanto más tiempo pasamos utilizándolas: viendo actualizaciones, escribiendo comentarios, subiendo fotos, etc. De modo que las aplicaciones están diseñadas de manera que nos ponen fácil seguir usándolas el mayor tiempo posible y atrapan nuestra atención. Es lo que se ha llamado la economía de la atención. Los trucos que utilizan se han llamado tecnologías de persuasión, y a su área de conocimiento se la denomina ingeniería del comportamiento.

¿Cómo funciona la economía de la atención?

Hay una serie de funciones de las aplicaciones que están pensadas para captar y retener nuestra atención. Veamos algunas de ellas:

  • Notificaciones. “Tienes un mensaje nuevo”, “Un amigo ha publicado una foto” o “A Fulanito/a le ha gustado tu foto”. Son avisos que aparecen en tu pantalla, aunque no estés utilizando esa aplicación. Las notificaciones estimulan tu curiosidad para que vuelvas a entrar en la aplicación. Si vuelves, han conseguido su objetivo. Aunque las notificaciones generalmente vienen activadas por defecto en la aplicación, es posible cambiar la configuración para desactivarlas.
  • Recompensas variables. Al entrar en la aplicación encontrarás una recompensa: ¿cuál es el premio? La satisfacción que produce el hecho de ver una determinada imagen, de ver que alguien ha pulsado “me gusta” en algo que has comentado, de ganar puntos. Esta recompensa es variable porque no sabes a priori qué te vas a encontrar. A veces será muy emocionante y a veces no tanto, pero la expectativa de que sea algo grande nos atrae. Expertos en la materia sostienen que el efecto que tienen las recompensas variables en nuestra expectativa es similar al que producen las máquinas tragaperras.
  • Aprobación y reciprocidad social. Existen funciones como comentar, decir “me gusta”, votar o puntuar, que pueden aportarnos un refuerzo positivo por parte de los demás. Cuando alguien recomienda lo que hemos publicado, en cierto modo nos sentimos en deuda con esa persona y deberemos corresponderla también recomendando o valorando sus publicaciones. Este efecto toma en cuenta la reciprocidad. El reconocimiento por parte de un grupo humano es algo que todos necesitamos, sin excepción. Pero si ser aprobados por los demás se convierte en algo demasiado importante, ¿no corremos el riesgo de dejar de ser nosotros/as mismos/as para gustar a los demás?
  • Mostrarte lo que te gusta. A partir de la información de uso guardada en los servidores de la aplicación sobre qué vídeos hemos visto, qué publicaciones hemos comentado, qué nos ha gustado, un algoritmo selecciona lo que se muestra en la página de inicio de la red social. Dado que nos genera más satisfacción aquello que nos gusta, el algoritmo nos muestra eso y omite el resto. Esto se ha llamado la burbuja de filtros. Por el efecto burbuja en el que nos quedamos al no enterarnos de todo lo posible, sino solo de lo que hemos elegido anteriormente, nuestro mundo virtual se hace cada vez más estrecho. Cuando nos acostumbramos a ver sólo lo que nos gusta, perdemos soltura y agilidad para escuchar posturas y opiniones distintas, lo cual explica, por ejemplo, el aumento de los discursos de odio en las redes.
  • Un flujo continuo. La posibilidad de continuar en la aplicación se garantiza también mediante dos técnicas claras y sencillas: la reproducción automática y el scroll infinito. Cuando terminamos de ver un vídeo en Youtube o un capítulo de una serie en Netflix, empieza una cuenta atrás de segundos para empezar a reproducir automáticamente otro vídeo similar o el siguiente capítulo de la serie. En lugar de tomar la decisión de continuar y pulsar “play”, tenemos unos pocos segundos para decidir no continuar, o de lo contrario seguiremos en la aplicación. Cuando estamos consultando las publicaciones de “amigos” en una red social, a medida que bajamos en la pantalla se van cargando contenidos más antiguos sin fin. Puedes estar cinco minutos o cinco horas haciendo esto. Esta función de seguir bajando continuamente se llama scroll infinito.
  • Recomendaciones y sugerencias. No hace falta buscar lo que nos interesa porque el algoritmo ya lo busca por nosotros: consulta tu historial, busca entre los “amigos de tus amigos”, observa lo que hacen personas que comparten tus gustos y te ofrece lo que es más probable que también te guste. Es una vía fácil que no requiere esfuerzo por nuestra parte. Basta con aceptar las sugerencias y seguir adelante.

¿Qué nos jugamos en este “enganche”?

Las aplicaciones están diseñadas de manera que la opción más fácil y que implica menos esfuerzo, sea seguir en ellas. En lugar de propiciar  momentos para tomar decisiones, nos proponen la comodidad de dejarnos llevar, diluyendo la oportunidad de preguntarnos si queremos continuar o no, y mucho menos, la oportunidad de imaginar si querríamos emplear nuestro tiempo de otro modo, fuera de la pantalla. Desde una perspectiva educativa, lo que está en juego es el cultivo de la voluntad: de saber lo que queremos, de tomar decisiones, de auto-regularnos, de tener disciplina propia.


Autor: Manuel Araus (Blog Educación para la Solidaridad), Ines Bebea (Ondula)

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