¿qué hace de un profesor, un tutor?

Ofrecemos esta sencilla pero muy detallada exposición de Carmen Pellicer en Cuadernos de Pedagogía a propósito de las labores de un tutor. Observa la autora, con razón, la absoluta desproporción entre lo que se espera de un tutor y las tutorías y el tiempo real que la «enseñanza formal» destina a dichas acciones. Una desproporción que sólo se suple con voluntariedad y una vocación de servicio que va, como siempre, más allá de lo que se puede pagar. Lo cual, por otro lado y como casi siempre, deja la posibilidad de llevarse a cabo sólo a quién esté dispuesto a asumir ese peaje. Este es uno de los motivos por los que sigo sin entender que no se contemple entre el trabajo docente, con decencia y dignidad, el trabajo realizado fuera del aula, el trabajo en el que no se «dan clases». Aquí tenéis la aportación de Carmen Pellicer (manuelaraus)

He vuelto a ver The History Boys, la adaptación al cine de la obra de teatro del dramaturgo británico Alan Bennett. Un grupo de alumnos preparan sus exámenes para entrar a estudiar historia en las universidades más prestigiosas del Reino Unido con profesores de estilos diferentes e incluso contrapuestos. Algo similar a lo que deben sentir los meses últimos nuestros sufridos alumnos de bachillerato. Es un tópico que se repite en decenas de películas sobre educación, desde El Club de los Poetas MuertosLa sonrisa de Mona Lisa o Escuela de Rebeldes a Los chicos del coro o nuestro protagonista de la serie de televisión Merlí. Héroes o antihéroes, siempre hay un denominador común: Profesores extraordinarios que se saltan los límites, se rebelan a las rutinas, que rompen reglas rancias o inútiles, que arriesgan mucho a nivel personal y que se resisten a la presión de las calificaciones académicas y se implican en las vidas de sus alumnos y en quiénes son, más allá de lo que se puedan dedicar en el futuro. Esa es la esencia de la tutoría que, a mi juicio, es lo más importante que hacemos los docentes en la actual organización escolar.

Nuestro sistema educativo cuenta con pocos recursos, escaso tiempo lectivo de dedicación a la tutoría, poca disponibilidad en los horarios de los profesores tutores, y muchas carencias en nuestra formación para afrontar situaciones personales complicadas que requieren competencias específicas para el diagnóstico y el acompañamiento socioemocional. ¿Cuáles son las dimensiones esenciales de la tutoría que la hacen cada vez más imprescindible?

  • • Conocerlos bien: La observación cuidadosa y holística del desarrollo de los alumnos, aprendiendo a entrenar la mirada para ver más allá de lo anecdótico que ocurre en las aulas, y la reflexión sobre las causas y las implicaciones de lo que vemos para el aprendizaje y su bienestar personal. Ser capaces de hacer un primer análisis de las causas que los lleva a mostrar determinados comportamientos, aquellos factores externos a la escuela, pero también los que dependen de su día a día en el centro.
  • • Diseñar el acompañamiento personal: La propuesta de estrategias de intervención personalizada para ayudar a cada alumno a desarrollar al máximo sus capacidades, con un cuidado especial con aquellos que tienen mayor dificultad con la organización tradicional de las aulas, por cualquiera de los factores que hacen diversa la composición de un grupo. Nuestra apuesta por la inclusividad depende en gran medida de cómo los tutores la enfoquen y sean capaces de encontrar aquellos estímulos que les ayudan a avanzar mejor.
  • • Coordinar a todos los educadores que intervienen en la vida de los alumnos: El apoyo prioritario a los profesores de las diversas materias, y todo el personal vinculado a la acción directa con los alumnos, estimulando la reflexión, y el diálogo sobre cada alumno y alumna, para aprender juntos cómo ayudarles mejor. Todos hemos tenido experiencias de cómo niños y adolescentes fracasan en algunas asignaturas o con algunos compañeros y, sin embargo, reaccionan mejor con otros. Conversar no solo sobre las dificultades sino también sobre las fortalezas, puede darnos perspectivas eficaces para vencer las barreras que conducen al fracaso escolar.
  • • Tomar decisiones estratégicas: La participación y liderazgo en la toma de decisiones que afecta a la organización del centro, la configuración y concreción curricular, las medidas legales que determinan los itinerarios de los alumnos dentro del sistema, garantizando la necesaria flexibilidad organizativa sin renunciar al rigor de las expectativas sobre los niveles de desarrollo de los que los alumnos son capaces. Los tutores, por su conocimiento privilegiado de sus alumnos, deben tener el discernimiento adecuado para poner toda la normativa al servicio de los estudiantes y no al revés, y ser una voz con autoridad en las decisiones que se tomen por parte de las direcciones y la inspección educativa para aplicar y flexibilizar la normativa que afecta a su evolución educativa.
  • • Apoyar directamente al aprendizaje: La intervención directa con alumnos en grupos de aula, o a nivel más personalizado para mostrar modelos de comunicación, disciplina, convivencia, ayuda, estimulación y pautas y rutinas que ayuden a superar las dificultades de su desarrollo académico, especialmente en secundaria, donde el papel de los muchos especialistas que entran en cada aula hace más difícil dedicar tiempo específico para «aprender a aprender».
  • • Cuidar la convivencia: Los grupos tienen mayor diversidad, o quizás simplemente es que hemos aprendido a no diluirla y afrontar el reto de aceptarla como una fuente de riqueza que los prepara para la vida real en una sociedad cada vez más multicultural y que se pretende inclusiva.Pero sabemos que la gestión de los conflictos en las aulas cada vez es más urgente y que necesitamos entrenar hábitos de diálogo, toma de decisiones, y gestión positiva de las emociones. El acompañamiento personal de cada alumno se acompaña de un verdadero acompañamiento para la cohesión de los grupos que se nos confían cada curso.
  • • Comunicarse y colaborar con las familias: Todos sabemos que muchas energías de los tutores se vuelcan en la relación con las familias, interminables llamadas, visitas, entrevistas, quejas, notitas de agenda y, sobre todo, quizás lo más difícil de lidiar, muchas «ausencias vitales» cuando las cosas se complican. Conocer el entorno afectivo, el estilo parental y las circunstancias socioeconómicas, culturales, sí como la vida cotidiana de nuestros alumnos es fundamental para poder ayudarles mejor. No es fácil situar dónde están los límites de nuestra responsabilidad y nuestra capacidad para exigir una implicación activa. Pero lo cierto es que lograr la complicidad entre docentes y adultos que están presentes en la vida de nuestros alumnos, sus padres, pero cada vez más, abuelos y cuidadores, es muy importante si queremos ayudarles. Vencer la tentación de que nuestras conversaciones giren solo alrededor de las calificaciones o los problemas de disciplina y acordar objetivos compartidos de actuación en casa y en el centro educativo son desafíos permanentes.
  • • Vincular el aprendizaje a los contextos vitales no escolares: La responsabilidad educativa que se extiende más allá de las paredes de las aulas, vinculando a los alumnos a sus comunidades locales para explorar todas las posibilidades que ofrecen, facilitar la transición entre los diferentes estadios educativos y prepararlos para el salto a la juventud adulta, tanto en el contexto profesional como en la vida personal. La tutoría debería contar con un tiempo flexible para articular experiencias educativas que rompen la rigidez de los horarios a toque de campana, salidas, viajes, experiencias de aprendizaje-servicio, o de emprendimiento social…

Si volvemos a nuestros héroes y heroínas de película, admirados y queridos, pero odiados, envidiados o relegados lejos de los puestos de decisión, todos tienen también otra cosa en común: Un conflicto interior constante entre lo que les exigen y lo que se exigen a sí mismos para sus alumnos. Mantener vivo ese conflicto a medida que pasan los años de profesión es un requisito de los buenos tutores. Otras «desideratas» para su perfil, como las que hacemos en los horarios, las he formulado muchas veces en algo así:

  • • Que tengan una mirada aguda capaz de traspasar las anécdotas y los incidentes para descubrir qué hay debajo de los comportamientos de los niños y los adultos cuando entran en conflicto o cuando interaccionan en el aprendizaje compartido.
  • • Que no se conformen con la mediocridad ni vendan como irremediables los obstáculos que cada niño encuentra en su camino, y sean capaces de empujarles a ser ambiciosos en sus sueños y sus expectativas.
  • • Que conozcan bien lo que se hace en las aulas y respeten al máximo el desafío de la tarea de cada maestro, disponibles para encontrar juntos las mejores maneras de despertar las mentes y los corazones de los alumnos.
  • • Que sepan leer entre líneas y descubrir las voces de los que no se hacen presentes, los padres, los amigos, los fantasmas con los que cada niño y adolescente convive y que condiciona su forma de afrontar las dificultades y los retos de su futuro.
  • • Que estudien, con pasión y rigor, para encontrar las respuestas, cada vez mejores, a las necesidades de sus alumnos, sin tirar la toalla ni dar el fracaso por definitivo.
  • • Que trabajen en equipo, aceptando con humildad la experiencia de los compañeros y con discernimiento puedan aportar recursos y apoyo para mejorarla, sin protagonismos ni dependencias, comprometiéndose en la tarea común.
  • • Que mantengan una reflexión constante y asuman los riesgos que la innovación y el cambio suponen, evaluando el impacto real, los beneficios y también los peligros que las novedades pueden suponer en el desarrollo de los alumnos

Carmen PELLICER. Directora. Cuadernos de Pedagogía.

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