Lo digo y lo repito las veces que sean necesarias. Ningún educador puede desentenderse de la situación de la infancia y su dignidad. De la que tenemos delante, en pupitres, todos los días. De la que no tenemos delante, y dibuja el mapa de la realidad de la infancia, un mapa que condiciona toda nuestra existencia. Un día, los adultos de este país no se quisieron enterar que los beneficios que habían conquistado en sus «trabajos estables» se estaban sosteniendo en la explotación de millones de trabajadores allende nuestras fronteras. Y vivieron que mientras ellos se jubilaban con 40 años cotizados, sus hijos endosaban ya el precariado. Y hoy, habiendo aceptado el pasaporte de «sus derechos primero», no queda un sólo empleo estable. El capitalismo ya llevaba muchas décadas de globalización. Los niños esclavos no se pueden consentir de ninguna manera. Si el sistema puede hacer esto con éstos niños, no nos quepa duda que no tendrá piedad de los nuestros. Porque también se puede ser esclavo con «cadenas de oro» y con «cadenas virtuales». (manuelaraus)

A 1600 metros sobre el nivel del mar se cosecha el café hondureño de exportación —el mejor café, dicen los caficultores locales en las montañas de Corquín, uno de los municipios cafetaleros más importantes en el departamento de Copán—, café cosechado en parte por manos pequeñas. Una infancia condenada al olvido que ante las adversidades económicas de sus familias, asumen el trabajo en las fincas de café durante la temporada de corte como un símbolo cultural que pasa entre generaciones, sin cuestionarse. Simplemente sucede, es así.
Los que hoy son adultos trabajando en las plantaciones de café comenzaron de niños, a edades entre los 10 y 12 años, según sus propios testimonios, edades en las que muchos niños deberían estar en las escuelas o pasando su tiempo libre jugando en parques. Pero en estas comunidades, trabajar en el café es mejor a que estos niños y jóvenes «busquen vicios» o de repente tomen el camino riesgoso de migrar, porque no hay más que hacer en sus pueblos, según cuentan los trabajadores en las fincas.
En la anomalía que representa una vida en medio de la pandemia por COVID-19, y donde a causa de ello las escuelas están cerradas desde marzo de 2020, los niños indígenas en las montañas hondureñas siguen teniendo una única opción: asistir con sus familias para cosechar café porque eso ayudará a las frágiles economías familiares.
Extracto del artículo de Martín Calix en Contracorriente.red digital