
Un libro sobre los libros que incita a convertirnos en lectores
El libro ha sido tan ampliamente elogiado y recomendado que me podría ahorrar esta presentación. Lo más curioso destacado por la crítica ha sido la capacidad de la autora de convertir un ensayo en un libro que puedes leer tranquilamente como literatura. Y de la buena. En lo que a mi respecta, no puedo más que reafirmar lo que prácticamente todo el mundo es capaz de comentar sobre él: convierte la transmisión de unos conocimientos especializados en una narración apasionante, en una aventura, en un viaje, en una tertulia fácil de seguir en la que la pléyade de personajes y autores que desfilan por lejanas épocas históricas adquieren la familiaridad de un invitado a tomar café. Sin duda, lo más relevante es su capacidad de hablar del pasado como si habláramos de un acontecimiento actual. Y, a la inversa, de hablar del presente haciéndonos caer en la cuenta de las deudas, tan escasamente reflexionadas y reconocidas, que tenemos con nuestro pasado-raíz. Esa combinación que te permite tomar referencias actuales del cine, las series, la literatura contemporánea, los acontecimientos cotidianos, para adentrarte en la arqueología del libro resulta cautivadora.
En el subtítulo leemos la temática que va a recorrer este ensayo: «la invención de los libros en el mundo antiguo». En realidad la historia del libro es el hilo conductor para hablar de mucho más: de la historia de Grecia y Roma, de personajes históricos, de ciudades, de paisajes transformados, de autores clásicos y anónimos, de mujeres que no suelen aparecer en estas historias, de libreros, de editores, de bibliotecas y bibliotecarios, … y sobre todo de los grandes héroes de esta odisea: los lectores. A ellos, los anónimos, los desconocidos, entre los que se encuentra la propia Irene Vallejo, les manifiesta su «infinita gratitud». Porque son ellos los que mantienen esta milenaria aventura.
El libro consta de dos amplias partes. En la primera, hace un recorrido por el mundo Griego. En la segunda, por el Imperio Romano. Helenización y romanización son, probablemente, los dos primeros grandes proyectos globalizadores. Y la literatura oral primero y luego la escrita, el soporte de estos proyectos. La batalla, ayer como hoy, siempre se gana o se pierde en el terreno cultural. Quien configura el universo cultural configura el universo mental. Un universo que se puebla con la información, los conocimientos, las costumbres, formas de vida y hasta las filosofías que dan el sentido de la vida a los seres humanos que pueblan dicho universo. Quién coloniza ese «espacio» es el «auténtico conquistador». Y no hay sueño imperial ni emperador que no haya soñado con ese nivel de influencia y poder sobre los territorios conquistados. Es por eso que resulta también tan interesante este ensayo sobre el «libro».
Descubriendo el origen de algunos inventos, palabras u expresiones.
En lo que respecta a esta entrada, pensé que sería interesante entresacar algunas anécdotas que, como educador generalista (profe de primaria) me fueron llamando la atención. Son párrafos, no llegan a veces a episodios, que nos van ilustrando sobre el origen de tal o cual concepto. Sé que no constituyen la trama fundamental del libro, pero siempre me ha parecido que las «etimologías» resultan sabrosísimas para un educador que, en lo esencial, tiene como misión ayudar a que los alumnos aprendan a nombrar con máxima corrección (realismo, verdad, precisión, belleza) el mundo que nos rodea. Aquí van algunas:
Sobre la organización de la información en Internet para poder ser localizada. «En los orígenes de internet latía el sueño de alentar una conversación mundial. Había que crear itinerarios, avenidas, rutas aéreas para las palabras Cada texto necesitaba una referencia- un enlace-, gracias a la cual el lector pudiera encontrarlo desde cualquier ordenador en cualquier rincón del mundo. Timothy Berners-Lee, el científico responsable de los conceptos que estructuran la web, buscó inspiración en el espacio ordenado y ágil de las bibliotecas públicas. Imitando sus mecanismos, asignó a cada documento virtual una dirección que era única y permitía alcanzarlo desde cualquier otro ordenador. Ese localizador universal- llamado URL- es el equivalente exacto de la signatura de una biblioteca» (Pg 43. 22 Edición Siruela)
La invención de los «rollos» de papiro. «El rollo de papiro supuso un fantástico avance. Tras siglos de búsqueda de soportes y de escritura humana sobre piedra, barro, madera o metal, el lenguaje encontró finalmente su hogar en la materia viva. El primer libro de la historia nació cuando las palabras, apenas aire escrito, encontraron cobijo en la médula de una planta acuática. Y, frente a sus antepasados inertes y rígidos, el libro fue desde principio un objeto flexible, ligero, preparado para el viaje y la aventura.
Rollos de papiro que albergan en su interior largos textos manuscritos trazados con cálamo y tinta: ese es el aspecto de los libros que empiezan a llegar a la biblioteca de Alejandría» (Pg 46)
Estos «rollos» nos explica la autora tenían como tamaño medio entre 13 y 30 cm de alto y una longitud que oscilaba, por término medio, entre los 3,2 y los 3,6 metros. Aunque se sabe de algunos que llegaron a medir hasta 42 metros (papiro de Harris, conservado en parte en el Museo Británico). En ellos se escribía sin separación de palabras, ni separaciones de signos ortográficos, ni párrafos, ni apenas espacios en los márgenes. Había que aprovecharlos al máximo y además, los textos escritos sólo cobraban sentido si eran leídos en voz alta. Un buen lector no leía inicialmente para si mismo ni en voz baja, sino en voz alta y para ser escuchado. Así que formaba parte de su «trabajo» saber realizar estas operaciones que hoy detallamos con signos de acentuación y de puntuación y con separaciones bien señaladas. De aquí procede la expresión, coloquial, «esto es un rollo», aunque cuando la utilizamos no pensamos mucho en su origen.
El «rollo», el libro o el texto en forma de «rollo» que hay que ir al tiempo desenrollando y enrollando, no ha perdido del todo su actualidad. «En realidad, no nos ha abandonado por completo». «A falta de apuntador, los actores de teatro en el medievo solían usar rollos como ayuda para la memoria en sus representaciones. De allí deriva el término «rol» del actor. Y, añado yo, por extensión, el término «rol» usado en la sociología para designar el papel que asume determinada persona dentro de una organización.
El término «volumen» para designar a cada uno de los libros (códices) que componen una obra completa, también es un término que deriva de la asignación que se hacía, en latín, a cada uno de los «rollos» que componían una obra. Volumen procede del latín «volvo» que significa «dar vueltas, girar». De manera análoga fueron «mal llamados» así a cada uno de los códices que formaban una obra. Y los códices (libros) ya no se rebobinaban.
La palabra «scroll», que se traduce en inglés como «rollo», es también la que actualmente se asigna «para describir el acto de hacer avanzar o retroceder verticalmente el texto en la pantalla de cualquier aparato informático» (pg 327)
Sobre el origen de la palabra «libro» y de la escritura alfabética. «En torno al año 1000 a.C., encontramos la escritura fenicia en un poema esculpido en al tumba de Ahiram, rey de Biblos, ciudad famosa por su comercio de exportación de papiros, y de donde procede la palabra griega con la que se designa el libro: biblíon. De este sistema de los fenicios descienden todas las posteriores ramas de la escritura alfabética. La más importante fue la aramea, de la cual a su vez provenían la familia hebrea, árabe e india. También derivó de esa misma matriz el alfabeto griego, y más tarde el latino,…» (pg 116)
No se sabe a ciencia cierta quién (o quiénes) inventaron el alfabeto que está en el origen de la mayoría de las lenguas que perviven. Se sabe que fue inventado en el S. VIII a.C. «A partir del modelo fenicio, él (genérico del inventor desconocido) inventó, para su lengua griega, el primer alfabeto de la historia sin ambigüedades- tan preciso como una partitura-. Comenzó por adaptar en torno a quince signos fenicios consonánticos en su mismo orden, con un nombre parecido (aleph, bet, gimel,.. se convirtieron en alfa, beta, gamma,…). Tomó letras que no eran útiles para su lengua, las llamadas consonantes débiles, y usó sus signos para las cinco vocales que como mínimo se requerían» (pg 119). El invento de la utilización de las vocales allá donde sólo se ponían consonantes fue un logro enorme que volvió la lectura más accesible.
La palabra «teatro». «Precisamente, «teatro» significa en griego «lugar para mirar». Los griegos habían escuchado relatos durante generaciones, pero asomarse a una historia mirándola como espías tras la rendija de una puerta era una experiencia muy distinta, de una extraña intensidad. Allí empezó a triunfar el lenguaje audiovisual que aún nos hipnotiza. Las tragedias, agrupadas en trilogías, creaban el mismo tipo de adicción que las actuales series y sagas» (pg 117)
Hay muchísimos más ejemplos de estas anécdotas tan llenas de pedagogía. Acabamos con una. Aunque es posible que podamos dedicar otra entrada a las que aquí no aparecen.
La expresión «hablar largo y tendido» que usamos para designar un relato largo que precisa ser escuchado con tiempo y con calma o que, por el contrario, nos sirve para justificar que no vamos a iniciar ese relato por requerir un tiempo que no tenemos tiene su origen en «aquel gusto de los nobles romanos por tumbarse en sus cómodos divanes- triclinios o lechos de mesa- sobre almohadones de púrpura bordada, mientras les servían bebida y manjares, para razonar tranquilamente los unos con los otros» (pg 344)
Lo dicho. Lectura recomendada.
AUTOR: Manuelaraus.