Mi amigo Oscar Arcera, ahora en labores de dirección de una escuela, con el que he compartido y comparto muchas aventuras educativas, nos hace una estupenda reflexión sobre el uso de las pantallas, sus efectos y qué vías podemos abrir para abordar este tema. Toma de referencia los últimos informes relacionados con este tema. En ellos la tendencia que ya asomaba hace algunos años cobra una velocidad apabullante. Y, por ende, los efectos que estamos viendo también tienen que ver con esta aceleración. Agradecido por esta colaboración que se ha hecho para un número de la revista Autogestión y que ahora también saldrá publicada aquí (manuelaraus)

Hablar de jóvenes y de su relación con las pantallas, no resulta extraño en una sociedad en la que, la implantación de la tecnología en los hogares sigue un ritmo vertiginoso, y más aún tras la pandemia de la COVID-19. Del aislamiento social que se vivió a nivel mundial, solo se pudo salir gracias a los encuentros virtuales a través de las tecnologías móviles, y en el caso de los jóvenes, supuso un cambio radical en su modo habitual de socialización. De ahí que, pandemia y ritmo creciente de tecnologización, han hecho que la presencia y la variedad de dispositivos móviles en los hogares españoles, con independencia del contexto social y económico, se haya convertido en una realidad normalizada en los últimos años.
Según un estudio realizado durante la pandemia por GAD3 para Empantallados.com, el entretenimiento digital de los menores aumentó considerablemente, reflejando un uso de dispositivos electrónicos entre semana de casi cuatro horas al día, un 76% más que antes del confinamiento. El fin de semana, la media era de cinco horas al día, lo que suponía entonces un aumento del 33%. Los expertos aseguraban que esta tendencia seguiría al alza y no se equivocaban. Según datos de la Asociación para la Investigación de los Medios de Comunicación (AIMC), las niñas y los niños españoles de entre 6 y 13 años pasan frente a alguna pantalla casi cinco horas diarias entre semana y siete en fin de semana. Se constata también un alto nivel de equipamiento tecnológico en los hogares españoles, que cuentan con una media de siete dispositivos tecnológicos; y, de estos, los menores utilizan una media de 4.
En los últimos años, Kenney y Gortmaker (2017), Robinson et al. (2017) y Borzekowski (2014) han desarrollado investigaciones relevantes sobre niños, medios de comunicación y problemas de salud como la obesidad, analizando el impacto del uso de los medios sobre el peso de los niños y la salud de los adolescentes, respectivamente. O la investigación sobre el bienestar emocional relacionado con el consumo y la exposición a los medios digitales (Hoge et al., 2017) o redes sociales relacionadas con la salud (Goodyear et al., 2018) entre otros. Todos estos estudios reflejan diversos efectos nocivos sobre la salud, fruto del exceso de exposición a las pantallas. La psiquiatra española Marián Rojas Estapé habla de cambios cerebrales debido a la activación de la hormona dopamina y llega a afirmar “Hoy en día, tratamos la adicción a las tecnologías con la misma medicación que la adicción al juego o a las drogas. Nuestros hijos abren Instagram cada vez que se sienten estresados, tristes o aburridos de la misma forma que un alcohólico abre el mueble bar, y se bebe un chupito por este mismo motivo”. De ahí que la Organización Mundial de la Salud recomiende activamente que los niños y jóvenes pasen menos horas frente a las pantallas inteligentes y aliente a sustituirlas por un juego más activo y físico acompañado de socialización directa.
Según investigaciones más recientes, como la realizada por Ortega-Mohedano y Pinto-Hernández (2021), los jóvenes que usan estos dispositivos con mayor intensidad tienen un mayor riesgo de padecer problemas de salud mental, han reducido significativamente sus horas de sueño y tienen una mayor probabilidad de sufrir problemas de salud física como obesidad. Este estudio se ha llevado a cabo con datos de 23.860 hogares y unos 6.106 menores de menos de 15 años. Los modelos estadísticos utilizados muestran cómo el efecto promedio del uso de dispositivos de visualización incrementa la probabilidad de sufrir problemas emocionales, de comportamiento o problemas en la interacción social de los niños con sus compañeros. A medida que se usan más pantallas, mayor es el índice de masa corporal que se ha detectado mostrando, además, que el coeficiente relacionado con las horas totales de sueño es estadísticamente significativo, es decir, a más horas frente a la pantalla, los niños reducen sus horas de sueño, con las consecuentes implicaciones para su salud física y sobre todo mental. Esta correlación entre horas de uso de pantallas y menos horas de sueño, no es fruto solamente de la lógica matemática, sino del efecto de otra hormona, el cortisol, que junto a la dopamina, se activa en el cerebro con el uso de las pantallas. El cortisol (llamada hormona del estrés) es bueno porque nos ayuda a concentrarnos, pero en exceso genera ansiedad, de aquí que un niño o un adolescente con exceso de cortisol tenga episodios de “estrés” y dificultad para el aprendizaje y la memoria, así como para conciliar el sueño.
Ante esta realidad, se hace necesario el diseño de estrategias familiares que fomenten el pensamiento crítico y la educación mediática digital. El consumo infantil de pantallas y su tiempo de uso parecen estar muy influenciados por la actitud de los padres y madres (Sánchez et al., 2017). Se ha constatado que las habilidades mediáticas de los niños y las actividades que realizan tienen una mayor relación con el estilo de mediación de sus padres que no con la edad del menor (Nikken & Schols, 2015; Sánchez et al., 2017). Dado pues que las tecnologías móviles y las pantallas han venido para quedarse, parece relevante tomarnos en serio la mediación parental, además de otras estrategias de educación mediática en las escuelas, como medios para fomentar un uso responsable entre jóvenes y adolescentes.
Por mediación parental se entiende el conjunto de estrategias que padres y madres utilizan para controlar, supervisar o interpretar el contenido de los medios a los que están expuestos sus hijos. Estas estrategias de mediación pueden ser de tres tipos: restrictivas, sociales o activas, según recoge la investigación de Nikken & Jansz (2007). En la estrategia de mediación restrictiva, los adultos establecen reglas sobre la cantidad de tiempo y contenido permitido, sin dialogar con el niño sobre los mismos. Como puede entenderse, la restricción, si bien puede ser necesaria ante determinadas situaciones límite, no suele potenciar un uso autónomo, responsable y crítico, y al ser vista como una imposición, en muchas ocasiones genera el efecto contrario al deseado. En el caso de la estrategia de mediación social se conversa de manera informal sobre el contenido, pero sin ayudar en la reflexión sobre el mismo. Se da un paso con respecto a la estrategia anterior, en tanto en cuanto se procede en torno a un diálogo. Por último, en la mediación activa es en la que se ayuda al joven a entender el contenido para educarlo sobre las cosas que suceden, sobre sus posibles peligros y efectos secundarios, resultando esta estrategia la más instructiva. Ahora bien, la adopción de estrategias no significa necesariamente un control de los padres durante el tiempo en que los menores navegan por Internet, siendo necesario combinar supervisión, medición-diálogo y autonomía para favorecer la responsabilidad, en función de la edad del niño o del joven que estamos acompañando. Si bien los niños de hoy en día están en contacto desde muy pequeños con una amplia gama de herramientas digitales, ello no implica que cuenten con los criterios adecuados para seleccionar y evaluar la información. Con excesiva frecuencia hemos cometido el error de creer realmente que estábamos frente a «nativos digitales» y que no teníamos nada que enseñarles, convirtiéndoles automáticamente en «huérfanos digitales», ya que no llegan a procesar de manera correcta toda la información que les proporciona Internet, como señalan Novoa (2017) y Ponce-de-León et al. (2016). En palabras de María Lázaro, educadora y escritora, “Pensamos que no podemos evitar los peligros a los que se pueden enfrentar nuestros hijos en Internet porque es un entorno que conocemos menos que ellos, pero no es verdad, estos peligros se previenen de la misma manera, con comunicación y educación en valores”.
En conclusión, las pantallas han venido para quedarse, y si bien muchos son los aspectos positivos de su uso, son muchas las investigaciones que nos muestran riesgos y efectos nocivos para la salud mental y física de los jóvenes cuando se produce un uso sin responsabilidad. Ante esta realidad, la mejor forma de combatir los efectos nocivos del uso de las pantallas entre niños y jóvenes es mediante una mediación parental basada en la comunicación y en el cultivo de la responsabilidad. Para ello, somos también los adultos los que debemos ser ejemplo de comportamiento responsable frente al uso de la tecnología. Como nos recuerda la psiquiatra Marián Rojas Estapé, “Lo primero que tenemos que hacer es un autodiagnóstico del uso que hacemos nosotros de la tecnología. Y, por supuesto, quitar las notificaciones del móvil. Soy yo quien decido cuando miro el móvil, no el móvil el que decide cuando lo miro. Nuestros hijos y seres queridos merecen toda nuestra atención.”
Oscar Arcera, educador experto en TIC