
La escuela…a pesar de todo. Por Manuel Araus
Comenzamos la segunda parte de un viaje que comenzó hablando de los jóvenes. Ponemos en este libro, en la diana de la Emergencia Educativa, a la Escuela. Vamos a pisar, como todo lo que tiene que ver con educación, otro terreno muy delicado. Quiero centrarme ahora en aquello que ha constituido y constituye la vocación profesional y la pasión de mi vida: la escuela.
Desde los 10-11 años formé parte de un grupo juvenil, el Grupo Gandhi, que nació, casi sin querer, en el colegio donde estudiaba, los Escolapios de Alcalá de Henares. Mi experiencia escolar fue fundamental para el discernimiento vocacional que comenzó ya desde entonces. Vivía la escuela, tanto los estudios como el tiempo extraescolar, con una intensidad, una alegría y una pasión tal que me pasaba la mayor parte del tiempo en ella. Esto era posible porque había un equipo de educadores, escolapios entonces, que nos despertaron a la aventura de vivir (y porque estos educadores mantenían abierta la escuela no sólo en el horario lectivo, sino también en el horario no lectivo e incluso los fines de semana y festivos). Me gustaría citar a un educador en concreto que marcó para siempre mi deseo de ser “maestro”. Se llama Juan Jiménez, está ya jubilado y no quiero dejar escapar la ocasión que me brinda la escritura de este trabajo para ofrecerle este agradecidísimo homenaje.
Estos educadores, en palabras de Freire, nos problematizaron, nos abrieron a mil preguntas, nos acogieron y nos acompañaron, nos ofrecieron su tiempo y sus propios interrogantes y descubrimientos, nos retaron a leer, a estudiar (porque “el niño que no estudia no puede ser un buen revolucionario”), a interrogar la realidad que estábamos viviendo, a perseguir una meta, un ideal mayor que nosotros mismos, a ser responsables, a servir a los demás con generosidad y respetando su dignidad, a adentrarnos en el viaje de la amistad, a aborrecer la mediocridad del conformismo, del pasotismo que ya empezaba a ser una epidemia entre los jóvenes, de las drogas que se nos ofrecían en todas las esquinas de las calles de nuestros barrios (consumismo y modas incluidos).
Recuerdo perfectamente que teníamos el cartel de la escuela de Barbiana pegado en las puertas de los locales dónde nos reuníamos. Un cartel que proclamaba “Me importa todo” (I Care) y que convertimos en un lema personal grabado a fuego en el corazón ya para toda la vida. Un cartel que resumía muy bien el espíritu que viví en esa Escuela. Así nació mi conciencia (parafraseando el título de la autobiografía de la luchadora guatemalteca Rigoberta Menchu). La culpa la tuvieron esos educadores a los que me gustaba llamar maestros (me encanta la palabra maestro, aunque cuando la pronuncio me llena de temor y de temblor).
A los 14 años colaboraba en clases para niños que tenían dificultades en el colegio al tiempo que empezaba a plantearme, en común con otros amigos que queríamos trabajar en el campo educativo, lecturas pedagógicas que nos ayudaran a entender los procesos educativos. A los 15 años era responsable educador de este grupo juvenil y todavía no entiendo cómo pudieron confiar tantas familias en jóvenes como nosotros para tantas y tantas actividades y tiempos que requeríamos para las dinámicas con los muchachos que venían al grupo. Campamentos incluidos. Estudiando el bachillerato, asistíamos a las muy recientes Escuelas de Verano que llenaban la geografía española con la intención de ponernos al día en lo que Europa ya se hacía en el ámbito educativo y en España se estaba ensayando a manos de entusiastas movimientos de renovación pedagógica. En realidad, nos colábamos con mentirijillas en ellos, porque ni siquiera éramos entonces estudiantes de magisterio.
Si tengo que destacar en esta etapa nuestra adscripción a la corriente milaniana. Don Milani, al que conocimos mucho en el desempeño de la experiencia de un sencillo doposcuela (Aula de apoyo al estudio, podríamos decir) que teníamos en Alcalá, llegó a nosotros, como al resto de los que lo conocen, a través del libro de Escritos Colectivos de muchachos de pueblo que describía la Experiencia de la Casa Escuela Santiago 1, en Salamanca, de la que fue fundador otro escolapio, muy conocido en el ámbito pedagógico, Jose Luis Corzo Toral. Trabajando en ese nada pretencioso doposcuela nos empezamos a coordinar con otro que llevaba mucho más tiempo funcionando en Villaverde Alto y nos adherimos al movimiento de educadores milanianos, un movimiento de innovación pedagógica que sigue existiendo[1]. Este “maestro y cura de Barbiana”, para que quede constancia, ha marcado y seguirá marcando todo el pensamiento que aquí se manifiesta.
Cuando por fin comencé la carrera de magisterio, el proyecto que en ella se nos ofrecía nos resultó insulso, rácano, rancio, muy poco atractivo… Aprendí mucho más de la experiencia de educador y de su reflexión con el grupo de amigos que tuve de referencia que de mi paso por el magisterio. Algunos profesores intentaron ir algo más allá del programa anodino de siempre, pero el ambiente era en general muy poco motivador. En paralelo conocí y me integré en la vida militante, dentro del Movimiento Cultural Cristiano, que es dónde realmente sistematicé mi formación personal y colectiva. Fue y sigue siendo mi segunda gran escuela, la escuela en la que conocí, con la seriedad y entrega que exige todo conocimiento de alguien, al mejor maestro que se puede tener en la vida: Jesús, al que llaman El Cristo. Lo conocí de la mano de personas que habían dedicado su vida a ser auténticos amigos de Él. Personas que me impresionaron hasta tal punto que quise, sin ninguna duda, poder imitarlas.
Mi tercera escuela fue el matrimonio y la familia, que nunca fue un aparte de todo lo demás. Surgieron con naturalidad, y también muy pronto. A los 22 años me casé. Al año siguiente tuve a la primera de tres hijas. En medio de tanta vida, de tanta pasión, de tantos motivos para luchar por ese ideal que entreveía desde tan joven, siempre aparece esa persona con la que vibras al unísono, con la que el “amor universal” a la humanidad, se concreta, se personaliza, se convierte en sacramento, en estado, en consagración. De alguna manera, la centralidad del yo (yo esto, yo lo otro, yo hago, yo me comprometo, yo me responsabilizo, cuenta conmigo, …) salta por los aires de verdad ahora. Porque tú creías que ya estabas en la onda de lo colaborativo, de los solidario, de lo cooperativo, del servicio… pero cuando llegó ella, se desbarató tu torre de marfil de “comprometido”. Tú habías pronunciado ya un voto solemne de pobreza para estar disponible, de humildad en el servicio, de fidelidad en lo bueno y en lo malo… pero hasta ahora no supe realmente lo que eso significaba. Derrumbar el yo para construir un nosotros, “seréis los dos una sola carne”, requiere de una fuerza que no está, ni estará nunca, domesticada por mí. Es la escuela del amor. De ese amor donativo, generoso, capaz de renunciar a sí mismo sin esperar nada a cambio. De ese amor que siempre está por encima de tus propias fuerzas y que siempre te premia por encima de tus expectativas.
La cuarta escuela es en la que trabajo desde hace más de 35 años. Pertenece a una cooperativa de enseñanza y se llama Comunidad Infantil de Villaverde. No es casualidad mi primera llamada a trabajar en una institución educativa, y cobrando, fuera en Villaverde, la localidad con la que nuestra modesta experiencia de doposcuela había creado lazos. Villaverde Alto está situado en un distrito del sur de Madrid. Un distrito de esos que, para ponerle una etiqueta, llaman desfavorecido. Fue mi primer trabajo en el mundo escolar. Y lo sigue siendo hasta ahora. Estoy demasiado pegado a él como para resumir en dos líneas lo que esto significa. En otro momento lo haré. Pero la mayoría de las reflexiones que vienen a continuación tampoco son inteligibles sin esta circunstancia personal.
He tenido el regalo de haber trabajado con muchas generaciones de niños, de jóvenes y de familias (junto a también educadores excelentes). Niños, jóvenes y familias marcados por las circunstancias que han vivido la mayoría de las periferias urbanas importantes, de amplia población, en los últimos 40 años. Se puede leer su historia en muchos otros manuales. Y se puede entrever en las líneas que os ofrezco a continuación.
[1] Podéis encontrar información sobre este movimiento de renovación pedagógica accediendo al a revista digital Educar(nos).
VÍDEO CON TESTIMONIO PERSONAL COMO EDUCADOR
Pude reflejar este testimonio en un programa que realizó Matermundi dentro de su sección Profesión y fe. Os dejo el vídeo por si os pudiera interesar o sacáis un poco de tiempo. Agradezco mucho el trabajo que hicieron con alguien como yo que, ciertamente, carece de experiencia en los medios audiovisuales y tampoco tiene algo tan especial que aportar. Pero bueno, es lo que puedo ofrecer. No tengo otra cosa.

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