En esta larga pero preciosa entrevista Josep Maria Esquirol aborda desde la bondad y la amabilidad lo que está ocurriendo en escuelas, institutos y universidades en su último ensayo, ‘La escuela del alma’ (Acantilado). La hemos recuperado de El Confidencial. El repaso que da a este libro es digno de ser una magnífica introducción a la lectura del libro. O mejor, un epílogo. Si, casi mejor un epílogo, y así no nos ahorramos el ejercicio de leer y meditar primeramente lo que ha escrito. (manuelaraus)

La escuela del alma, el último ensayo del filósofo Josep Maria Esquirol, impugna con sutileza lo que está ocurriendo en escuelas, institutos y universidades: la falta de confianza en la transmisión, el triunfo de la paparrucha, el hundimiento del ascensor social.
La educación se ha convertido en un campo de batalla y muchos maestros sufren los vaivenes de leyes y modas pedagógicas. Incluso se ha acuñado un término caricaturesco, profesaurio, para desacreditar a todo aquel que se atreva a cuestionar la retórica imperante, mezcla grosera de cientificismo, economicismo y psicologismo.
Son muchos los maestros apisonados por la burocracia, triturados por el parloteo incesante de formadores que hablan de emociones y nuevas tecnologías con superficialidad pasmosa y acento de marketing. Los misiles caen desde todas partes: decretos disparatados, programas de formación de profesorado inocuos cuando no inicuos, fundaciones con ánimo de lucro e influencia injustificable…
Aprobar a alguien en lugar de esperar y ayudarle a que lo haga por sí mismo denota, además de pereza, una falta absoluta de fe en la formación
La educación vive en permanente crisis y, como Esquirol advierte en su libro, es «una crisis de la confianza. Sin confiar en nada, nada se puede enseñar en serio». Sus palabras resonarán a quienes asisten con estupor a los nuevos usos y costumbres de los claustros desde la primaria hasta los másteres: se presiona a los docentes para que aprueben a sus alumnos, para que inflen las notas. Pero aprobar a alguien en lugar de esperar y ayudarle a que lo haga por sí mismo denota, además de pereza, una falta absoluta de fe en la formación y en la capacidad de niños y adultos para aprender.
Leer a Esquirol enciende por la lucidez de su mirada, pero también sosiega: no es derrotista pero tampoco naíf. En su discurso resuena una esperanza que nada tiene que ver con el culto al optimismo. Se trata de una esperanza austera, la misma que atraviesa su pensamiento desde La resistencia íntima, obra que le valió el Premio Nacional de Ensayo hace unos años. Su reflexión antropológica, su filosofía de la proximidad, se acerca ahora a los lugares de enseñanza con el afán de que ayuden a que el ser humano devenga más humano. A diferencia de muchos legisladores y pedagogos, sabe de lo que habla: lleva décadas cruzando el umbral del aula.
PREGUNTA: En La escuela del alma no buscas «decir cosas nuevas sino decir, de nuevo, alguna cosa. La originalidad no consiste en buscar agitadamente la novedad, sino en repetir lo esencial».
RESPUESTA: Sí, hay que resistir frente a la retórica de la innovación y no caer en el afán de novedades. Ambas cosas forman parte de la mentalidad consumista, que no cesa de exigir nuevos productos con nuevas etiquetas. Dado que esta mentalidad lo está invadiendo todo, el pensar verdadero es una forma de resistencia. Pero resistencia que no es nostalgia de lo perdido, sino un nuevo intento de dirigirse hacia la hondura de la vida.
P: «Procurar que no todo sea lo mismo» es la máxima que ofreces para orientarnos en este presente ensimismado. Llegas a afirmar que es la homogeneidad la que nos deprime, sea cual sea su signo.
R:Reivindico la diferencia en la igualdad. Quiero decir que no defiendo una diferencia que tenga que ver con jerarquías, privilegios o clases sociales. Afirmo, eso sí, que la horizontalidad de la tierra, sobre la que se definen las vidas humanas concretas, está constituida de umbrales, de lugares, de instituciones, de caminos… sin esos umbrales la desorientación y el malestar se multiplican. La homogeneidad no solo es empobrecedora sino inhóspita.
P: Siguiendo esta línea de pensamiento, señalas la necesidad de que la escuela no quede colonizada por los elementos que dominan nuestra época: que sea un lugar donde gobiernen otras lógicas. Una escuela sin prisas; sin obsesión productiva, sin clientelismo, sin culto a la tecnología… Desgraciadamente, esta imagen está lejos de la realidad de las aulas y de las leyes que las gobiernan.
R: Mantener el tipo a pesar de lo que domina, no rendirse a pesar de la fuerte presión contextual, no ceder a las consignas de la actualidad…, es difícil y cuesta, pero es posible, por lo menos en parte. Pues no se trata de pretender una especie de pureza o de instalación paradisíaca; se trata de no dejar que lo que domina domine absolutamente. Por poco que se consiga ya hay allí un logro inestimable.
Hay que resistir frente a la retórica de la innovación y no caer en el afán de novedades. Ambas cosas forman parte de la mentalidad consumista
P: Frente a una escuela que se pliega al presente, tú insistes en que «la escuela es antidestinal en todos los sentidos».
R: Sí, la retórica ambiental viene barnizada de color destinal: “este es el futuro que viene”. Lo que implica que debemos apresurarnos para acoplarnos lo mejor posible a esto que viene. Me pregunto cómo una sociedad aparentemente postreligiosa puede ser tan fatalista. ¿Y nuestra responsabilidad? ¿Y nuestra capacidad para forjar el mañana? Fatalismo contra política; fatalismo contra responsabilidad. La retórica del futuro que viene y al que nos hemos de adaptar es la nueva ideología, tremendamente seductora y evasiva.
P: Me ha llamado la atención una expresión tuya, realismo de la actualidad, que recuerda al realismo capitalista de Mark Fisher. Ambos denunciáis la retórica falsamente realista de que «lo que hay y lo que viene es tal y cual y que conviene que nos adaptemos lo antes posible». Señalas que la sumisión generada por esta pretendida facticidad «deriva de un anquilosamiento de la imaginación, y de una pérdida tanto de lo imposible como de lo posible».
R: Como decía antes, parece mentira que hoy, en una sociedad supuestamente secularizada, domine un nuevo fatalismo: el futuro se acerca, se nos viene encima, y hay que adaptarse lo antes posible. Realismo de la actualidad. Por supuesto que hay que denunciar este mayúsculo engaño ideológico. ¿Dónde queda nuestra capacidad de transformar, de crear, de responsabilizarnos del mundo que tenemos? ¿Dónde queda la imaginación generadora de otros escenarios?
P: Pones sumo cuidado en no ceder ante ninguno de los cantos de sirena que nos asedian a uno y otro lado del espectro político: «ni integrarse en lo que domina, ni evadirse hacia una especie de reino idealizado», «ni realismo como adaptación […] ni idealismo como fuga», «ni conservadurismo como apego a la tradición; ni progresismo como pura retórica de futuro».
R: Procuro denunciar tanto la retórica demagógica y banal como la ideología, ya más sutil. Esto no significa, sin embargo, que me mantenga en la “equidistancia”, ni en una especie de purismo elitista. Quiero participar de la horizontalidad fraternal, alimentada por lo mejor del cristianismo y de los ideales revolucionarios.
«Me pregunto cómo una sociedad aparentemente “postreligiosa” puede ser tan fatalista. ¿Y nuestra capacidad para forjar el mañana?»
P: No escribes desde el optimismo, pero tampoco desde el pesimismo. Insistes en que todos los logros son provisionales, en que las instituciones siempre están en vías de construcción, siempre amenazadas: «tal vez estos reductos [las verdaderas escuelas] estén destinados a desaparecer por completo, o tal vez germine en ellos algo que más adelante brotará y florecerá, no se sabe».
R: La resistencia, la lucha contra la barbarie, y la construcción de mundo, reúnen un abanico de acciones todas ellas dotadas de sentido, independientemente de cómo acabe la película. No me gustan los planteamientos grandilocuentes que presumen conocer la lógica y el fin de la historia. Aquí, justo aquí y ahora, tenemos la responsabilidad de hacer algo para el bien de los demás, del mundo, y de nosotros mismos. He aquí el buen camino. Decía, en el libro, que la vida humana es un estar en vías, en el envío del mundo.
P: En un mundo donde muchos nos sentimos acogotados por la complejidad, aturdidos ante poderes y movimientos que nos exceden, haces una llamada a una acción tan discreta como fundamental. Afirmas que la revolución se cifra a veces en un desplazamiento de medio palmo, en un círculo pacífico de treinta pasos. Pensaba, leyéndote, en un adjetivo que está muy de moda entre los jóvenes: épico. Tu propuesta no es nada épica: reivindicas el gesto frente a la gesta. Sin embargo, ese pequeño gesto exige un esfuerzo y entereza incomparables, una perseverancia que ya no parece de este mundo.
R: Me gusta la épica, y me gustan las gestas. ¿Pero dónde se hallan? Ahí está la clave. A menudo nos representamos la épica como lo vinculado con lo excepcional, llamativo y exitoso, pero de este modo no nos percatamos de que muy a menudo las acciones más buenas y bellas se hallan en la vida cotidiana, en gestos amables de mucho calado y de mucha verdad. Por eso utilizo la imagen del medio palmo y, también, la de los treinta pasos. Acercarse discretamente a alguien, compartir algo, o cultivar la paz de un lugar, son elementos indispensables para toda auténtica revolución.
P: Una de las formas de este gesto resistente se expresa de modo negativo: «no incrementar el infierno». Primum non nocere: lo primero, no hacer daño; sobre todo, no hacer daño.
R: En “procurar no hacer daño” ya está todo. El acento, aunque no lo parezca, está en ese “procurar”, en ese cuidado, en esa atención. Ese esfuerzo para no dañar es ya el bien, y el bien mayúsculo. Por esta razón entiendo que “médico” es una categoría antropológica antes que profesional, porque médico significa sencillamente quien cuida y cura. Ser humano es ser médico. La inhumanidad crece con la indiferencia.
P: Afirmas que la quintaesencia de la educación es la no indiferencia. La atención, hoy en declive, sería el paradigma de lo que debe cultivarse en al aula.
R: En esta fórmula: “claridad y calidez” está la esencia de todo lo que propongo. Claridad y calidez no son dos cosas distintas, sino dos aspectos del mismo fondo. No ignoro que cabe plantear objeciones importantes: a veces parece que la acción maligna vaya acompañada de mucha clarividencia; y a veces parece que la magna obra artística o filosófica se conjugue con una autoría muy discutible desde el punto de vista moral. Sin embargo, creo que es posible responder que tanto en un caso como en otro hay menos claridad —menos inteligencia, menos brillantez, menos sentido— de la que parece. O dicho más sencillamente: me parece que un sabio frío es casi una contradicción.
«En esta fórmula: ‘claridad y calidez’ está la esencia de todo lo que propongo. Claridad y calidez no son dos cosas distintas»
P: En lugar de enfrentar memoria versus creatividad, como está últimamente de moda, te atreves a afirmar que «hay que leer, escribir, copiar…, para que el pensamiento se fije y se vaya elaborando. La obediencia a la legalidad valiosa del texto es sólo provisional».
R: El acercamiento asiduo a lo que vale la pena, a lo bello, resulta ser el mejor alimento para la formación de uno mismo. Acercarse a las palabras -a las bellas palabras-, a las proporciones y las formas, a la música… El acercamiento exige paciencia y un esfuerzo para seguir esas relaciones, esas lógicas. Luego ocurre que quien es capaz de seguir algo, termina por crear, por generar algo que también merece la pena. Lo superficial y aparente no sirve para nada, no genera nada. Lo bello, en cambio, hace de cada persona una fuente de algo también bello. En fin, leer buenos libros, entrar en el mundo de los números y las figuras geométricas, ver buen teatro, escuchar buena música… igual que aprender bien a hacer pan, o a trabajar la madera, o forjar el hierro… son actividades que mantienen todo su sentido y que jamás van a caducar.
P: Adviertes del desastre que supondría sucumbir a la ola de psicologismo que nos invade. Encuentras «un tanto paradójico que movimientos de liberación social manejen tantas y tantas etiquetas. ¿No bastaría con entender que cada uno es capaz de relacionarse, de gozar, de amar, de hacer…a su manera? Un día u otro nos daremos cuenta de que las etiquetas son los nuevos yugos, tanto o más pesados que los de antaño».
R: En nuestra sociedad, parece que haya que poner un nombre a todo. Pones un nombre y problema resuelto. Nombrar, así, es como dominar. Con uno o más calificativos uno cree saber lo que es o lo que le pasa. Pero eso no funciona. Primero, porque lo más hondo, lo más importante de nuestra vida a lo sumo se deja indicar, pero no definir. Y, segundo, porque hay que subrayar una y otra vez que vivir es un verbo, no un sustantivo. Me decepciona mucho que desde los saberes supuestamente expertos -pedagogía, psicología, psiquiatría…- y también desde movimientos sociales especialmente activos se caiga en este error de etiquetar a diestro y a siniestro. Cuán oportuno sigue siendo entender al ser humano como alguien capaz de pensar, de amar, de vivir…
«Me decepciona mucho que desde los saberes expertos y desde movimientos sociales se caiga en este error de etiquetar a diestro y a siniestro»
P: También aciertas de pleno en un vicio contemporáneo cuando haces esta apostilla: «La filosofía también surge de la vergüenza. ¿Cuál es si no el espíritu de la crítica? El auténtico espíritu crítico es éste: «¿Lo estaré haciendo bien?». […] Evidentemente la crítica empieza por la crítica del propio movimiento. Educar en el espíritu crítico es esto, y vale la pena subrayarlo porque no siempre se entiende así». Lamentablemente, son pocos los que recuerdan que la crítica empieza por uno mismo.
R: Criticar significa examinar, sopesar, analizar… Evidentemente, hay que examinar lo que se nos propone, y las acciones de los demás, y aquellas estructuras sociales con las que nos encontramos, pero igualmente y todavía con más razón hay que examinar nuestra propia posición y lo que hacemos a partir de ella. Sin este movimiento reflexivo y crítico faltará honestidad en la crítica de lo ajeno. Cuando se apela a la necesidad de tener espíritu crítico no siempre se pone el acento en la autocrítica y, sin embargo, es ahí donde el acento debe estar. La verdadera revolución empieza por uno mismo.
P: Sería fácil ponerse derrotista, pero tú te esfuerzas en rescatar la bondad anónima que nos rodea, partes de una antropología que no te lleva a preguntarte qué contendrá al ser humano sino «qué puede ayudarlo a responder».
R: No creo en absoluto, como dicen algunos, que el ser humano sea una fiera violenta domesticada y contenida. Creo que el ser humano es una hondura abierta; una hondura que es claridad y calidez. Si la cultura no es el cultivo de esta hondura, termina siendo esteticismo barato. Toda educación y toda cultura, auténticas, son y deben ser ayuda para una respuesta, es decir, ayuda para que el ser humano sea más humano.
P: Para ello hacen falta buenos maestros, que encarnen un pensamiento vivo. A propósito, señalas algo que parecerá obvio a quien no conozca la realidad del mundo de la enseñanza: escribes que uno de los «principales cometidos de la escuela es saber cuáles son las personas más idóneas para que la escuela sea escuela». En la era de la confusión, los criterios de formación y selección de profesorado son parte del problema. ¿Cómo puede ser que en un máster de profesorado una actividad de evaluación consista en tuitear? ¿A quién se le ocurre que las universidades presten más atención a la productividad científica de artículos estandarizados que al deseo de profundizar y a la experiencia docente de los candidatos a docente? Andamos sobrados de redactores de revistas científicas y de expertos en TICs, pero muy faltos de maestros.
R: Totalmente de acuerdo. De niño crees que las instituciones de los adultos son algo sensato y serio. De mayor compruebas que no siempre es así. En estos momentos, el ámbito académico está inmerso en una tremenda crisis de sentido. En el fondo lo que hay es una pobrísima comprensión de nosotros mismos, de la situación humana fundamental. A lo que se añade, de modo más superficial, no la ciencia, sino la ideología cientificista, con multitud de “expertos” sin experiencia alguna, y gente que busca innovar y poner nuevas etiquetas para nombrar la nada. A pesar de todo, hay muy buenos maestros, gente con vocación que hace mucho bien a los demás. Su aliento da sentido a la resistencia y a la esperanza.
«A pesar de todo, hay muy buenos maestros, gente con vocación que hace mucho bien a los demás. Su aliento da sentido a la resistencia y a la esperanza»
P: Aunque tu libro esté plagado de críticas incisivas, creo haber notado que también lo empapa el deseo de no herir, que la dureza del análisis va acompañada de una voz amable. Cuando el lenguaje de la humillación es hegemónico, tal vez también sea ésta una forma de resistencia: dibujar con generosidad un paisaje diferente al que hoy domina, sin que la rabia carcoma el propio discurso.
R: Como decía un personaje de Camus, el camino de la revolución reside en la simpatía y la amabilidad. Uno de estos individuos duros que se mueve por los medios de comunicación ha tildado mis palabras de demasiado dulzonas. No ha leído bien. No ha querido leer bien. Detesto los discursos lenificados. A veces hay que ser incisivo, y creo que lo soy. Pero esto no está reñido con una amabilidad de fondo. El pensamiento ha de conservar algo de la amabilidad del canto.
P: Esa amabilidad sintoniza con el final de tu libro, un final sorprendente donde invocas una espiritualidad que está más allá de la diferencia entre «creer» y «no creer»: una orden formada por aquellos que «se sienten ‘tocados’, juntos en la intemperie, y alerta para no dejarse llevar ni por los poderes alienadores ni por las confortables seducciones del momento».
R: No hay esperanza sin un nosotros, sin el aliento de la buena gente. La buena gente difunde paz al mismo tiempo que busca la paz. He aquí la orden filosófica del amor. La más anárquica de todas, pero la más eficaz. Gracias a la buena gente todavía hay mundo. ¿Dónde, si no en la bondad, debe terminar un libro sobre educación?
La escuela del alma, el último ensayo del filósofo Josep Maria Esquirol, impugna con sutileza lo que está ocurriendo en escuelas, institutos y universidades: la falta de confianza en la transmisión, el triunfo de la paparrucha, el hundimiento del ascensor social.
