LIBRO RECOMENDADO: «El fin de la educación» de Xavier Massó Aguadé

Creo que está claro que aquí no publicamos sólo con lo que estamos de acuerdo. Y no digo a priori que no lo esté con este libro. Digo que estamos abiertos a dialogar temas de fondo, más de filosofía que de didáctica, en este blog. Y considero que esta reflexión que nos plantea este libro cabe perfectamente. Lo ideal: encontrar un grupo con el que, después de leerlo, debatir. Creo que la lectura compartida, dialogada, perseverante, en grupo, es una de las mejores y más completas actividades de «formación permanente» (manuelaraus)

Este excelente ensayo, que obliga a pensar y repensar sobre todo lo que rodea a la educación, nace de lo que su autor denomina pedagogía de la sospecha. Bajo este marbete se cobija la sospecha de que muchas de las innovaciones educativas puestas en marcha en los últimos años no albergan el propósito de mejorar la educación, como proclaman, sino que pretenden un cuestionamiento general de las funciones de la educación, alentando un cambiazo en toda regla del sistema educativo tal y como lo conocemos. Esta sospecha se aviva cuando algunos cambios metodológicos patrocinan una banalización del conocimiento en lugar de su adquisición y pretenden ser evaluados por sus intenciones, que no por sus resultados.

La obra del filósofo y profesor Xavier Massó se propone analizar el fin de la educación desde la polisemia del apelativo fin a partir de sus tres acepciones principales (significados que, a su vez, confieren la estructura tripartita del ensayo). En primer lugar, el fin como objetivo, determinando las funciones que la educación tiene encomendadas; en segundo lugar, el fin como límite, definiendo su ámbito de actuación; y en tercer lugar, el fin como acabamiento o consumación. Esta tercera acepción justifica el subtítulo, teñido de melancolía, de la obra: La escuela que dejó de ser. El ensayo, pues, se proyecta sobre los tres ejes del tiempo. La primera parte vale como una historia de la educación, la segunda es una radiografía de la situación educativa en la que nos encontramos y la tercera explora el futuro inminente que aguarda. Estos bloques discursivos se entreveran de manera constante con ejemplos, citas y analogías (el mito de Procusto da arranque a la segunda parte) que favorecen la exposición de las ideas.

Que la educación está en una crisis es una evidencia. Desde hace ya varias décadas el sistema educativo no funciona y amenaza con colapsar. La explicación habitual de que el origen de la crisis educativa obedece a la obsolescencia de la escuela y a que esta no responde a los cambios sociales no es cierta. Más bien hay que buscarla en que la escuela no puede realizar todas las funciones que tiene encomendadas; de hecho, cuando surge un determinado problema siempre salta alguna lumbrera que no tarda en proponer una nueva asignatura para remediarlo. Como afirma el autor, «no es una crisis de modelo, sino que la crisis resulta de la alteración de este modelo en sus finalidades» (p. 127). El modelo de los sistemas educativos actuales es una herencia directa de la Ilustración, gracias a la cual se incorporan dos nociones netamente ilustradas: las de progreso y ciudadanía. Sin embargo, la reacción contra este modelo surgió de inmediato con Rousseau. Estos dos polos —el modelo ilustrado y el romántico— han llegado hasta nuestros días en el debate educativo, decantándose la balanza por el segundo.

Tras este planteamiento inicial, la idea fundamental de este ensayo es que los poderes públicos y económicos han determinado el derribo de la escuela tradicional para reconvertirla en un servicio asistencial y de acompañamiento emocional del alumno. Desde este punto de vista, resulta del todo coherente la primacía de las competencias sobre los contenidos. El resultado de este proceso es la creación de una enorme masa de población aculturizada «que acaso sabrá cómo hacer funcionar el mundo, pero que no estará en condiciones de plantearse qué hace que funcione así ni por qué» (p. 247). ¿Para qué enseñar a resolver una operación matemática si una calculadora la resuelve al instante? ¿Para qué aprender unos datos que se pueden buscar en Google a golpe de clic? La herramienta propiciatoria de este cambiazo educativo está siendo la pedagogía, una disciplina a la que el autor niega su estatus científico y cuyo discurso vacío ha devenido hegemónico (la pedagocracia). Es como si el ministerio de Sanidad decretara que la homeopatía es la doctrina médica oficial que deben aplicar todos los sanitarios.

El discurso asistencial y emocional de la educación convive con otro de corte meramente tecnocrático, aunque igualmente antiilustrado, en donde la tecnología no es un medio, sino un fin en sí misma. Es una visión pragmática de la educación, en donde decae lo moral y queda solamente lo instrumental. Este planteamiento se traduce en una simplificación de lo que algunos consideran contenidos inútiles (por ejemplo, las Humanidades) y su sustitución por aquellos útiles (por ejemplo, las nuevas tecnologías). Es el modelo de la tecnocracia. Esta población desprovista de cultura está destinada a ser mano de obra más o menos barata.

Ambos discursos («la buena nueva y la tecnología educativa», p. 157) comparten un profundo antiintelectualismo, aunque con características distintas. En el buenismo educativo prima lo emocional sobre lo intelectivo y en el segundo la educación se circunscribe únicamente a unos saberes prácticos destinados a unos fines muy concretos.

Detrás de este discurso amable y atractivo que nos presentan las inteligencias múltiples, los trabajos por proyectos, las gamificaciones, etc., y detrás de la practicidad de la enseñanza instrumentalista de la tecnología se esconde, según el autor, una mercantilización de la educación entendida como un contrato entre un proveedor (el docente) y un cliente (el alumno), al que se le induce a creer que existe una educación a la carta. Este economicismo de la educación supone su fragmentación en diferentes productos para su posterior comercialización. Tras este proceso de deconstrucción y abolición de la escuela republicana ilustrada, la «educación de verdad solo quedará al alcance de las élites» (p. 333). Por debajo de esta educación se dispondrán distintos niveles educativos «progresivamente instrumentales conforme más descendamos, y subcultura para consumo de masas, adecuada en cada caso a lo que se haya decidido que a cada grupo social corresponde» (ibidem).

Xavier Massó Aguadé, El fin de la educación. La escuela que dejó de ser, Madrid, Akal, 2021, 352 páginas.

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