La psicoanalista y escritora Lola López Mondéjar publica ‘Invulnerables e invertebrados’, un ensayo sobre el individualismo en la modernidad tardía, y sobre sus consecuencias en el amor y el sexo. Se nos habla también sobre el «modelo Tinder» que tanto éxito parece tener entre los jóvenes y sobre sus consecuencias.

«Cuando uno patina sobre hielo fino, la salvación es la velocidad». Y esta imagen del patinador fugaz, que no se detiene ni se asienta por miedo a que todo se derrumbe, es una de las ideas que Lola López Mondéjar cita para desentrañarnos. ‘Invulnerables e invertebrados’ (Anagrama, 2022) es el nombre de su ensayo, que transita entre las observaciones de su consulta como psicoanalista, las ideas de los pensadores y sociólogos de la modernidad líquida y las referencias artísticas. Según López Mondéjar, el patinador frenético somos todos cuando hacemos frente a las últimas heridas de nuestro tiempo: la inseguridad vital y laboral, la crisis climática y sanitaria que parece conducir a la catástrofe irremediable, las guerras y el dolor del mundo al que cada vez estamos más expuestos.
Los patinadores más veloces, los que dejan todo atrás a su paso, cauterizan sus heridas con indiferencia. Niegan su fragilidad, se endurecen en la fantasía de que todo lo humano les es ajeno, de que son autosuficientes y no necesitan de otros para sobrevivir. Es este individualismo de la modernidad tardía el que López Mondéjar desentraña en su ensayo, a través de sus múltiples consecuencias actuales: la desesperada búsqueda de una identidad, las actuaciones compulsivas o la obligada escisión entre afecto y sexo que impone lo que la autora llama ‘modelo Tinder’.
PREGUNTA. En el ensayo comenta que cada tiempo tiene sus patologías mentales características. ¿Cuáles son las que definen el nuestro?
RESPUESTA. Si tuviera que mencionar una sola, sería la ansiedad. Una ansiedad generalizada, sin representación, es decir, sin causa aparente en los sujetos. Sufren sin saber de lo que sufren. Y esta ansiedad, en algunos casos, se manifiesta en acciones como las autolesiones, el suicidio o las adicciones. También en lo que yo llamo la ‘adicción a la acción’: al deporte, a los viajes, a la acumulación de experiencias… Más allá de las adicciones convencionales, que ya existían, ahora existen otras como los dispositivos móviles, no a internet o el teléfono móvil y demás. Esa sería una de las novedades más características de nuestra época: la modernidad tardía.
P. ¿A qué se debería esa ansiedad generalizada, inespecífica?
R. Creo que la sociedad actual es potencialmente traumática, genera unos niveles de incertidumbre que se han incrementado muchísimo desde la gran aceleración que supuso la industrialización. Esa gran aceleración ha tenido consecuencias en los cuerpos. Viven unas exigencias enormes, también de rapidez y de aceleración, que producen mucha angustia. Para sobrevivir a esa angustia, todos los individuos contemporáneos desarrollan determinadas estrategias y mecanismos de defensa.
P. Ante el dolor del mundo, que se nos muestra ahora más que nunca, ante la impotencia, la indefensión, la precariedad laboral, la crisis climática y sanitaria… En su ensayo, menciona un mecanismo de supervivencia de nuestros tiempos: la llamada ‘fantasía de invulnerabilidad’. ¿En qué consiste?
R. Ese es el concepto central. Yo caracterizo a los individuos más allá de la segunda mitad del siglo XX, cuando comienza la posmodernidad. Los individuos que se adaptan a estos tiempos niegan la vulnerabilidad del ser humano, aquello que los hace débiles ante esta incertidumbre que mencionas. Apartan de sí y pierden de vista estos aspectos más vulnerables y débiles de su conciencia. Creo que esto nos lleva a un déficit de empatía con los demás, porque si tú tienes empatía, contacto, cercanía con el otro, te haces más dependiente y frágil.
Y las consecuencias de esto se pueden observar, por ejemplo, en los jóvenes que usan Tinder y ya se han adaptado al modo en el que funciona esta aplicación. Al final, creo que esto genera una frialdad afectiva. No pueden exponerse al sistema de Tinder sin protegerse, sin resguardarse del amor, el apego o la afectividad que puedan surgir, cuando saben que de un día a otro ese objeto estimado puede desaparecer del mapa. ¿Cómo sobreviven los más adaptados a Tinder? Negando esos afectos y, progresivamente, negando el pensamiento sobre esos afectos. Y uso la palabra ‘negar’ en su sentido más profundo. Negar es decir: «No, a mí no me importa si paso una noche maravillosa con un chico y al día siguiente me ha borrado o ya no sé nada de él. A la larga, no me tiene que importar». Existe una racionalización de las emociones. Eso sería la fantasía de invulnerabilidad, que arrastra consigo una incapacidad para la reflexión y la introspección.
P. Si negamos nuestra fragilidad, nuestra dependencia los unos de los otros en un individualismo absoluto, ¿somos ahora más solitarios, más despiadados, más insensibles?
R. Yo creo que sí. A ver, no hablo de todos nosotros. Hay quienes no toleran las exigencias de este modo de vivir y no se adaptan a él. Les produce malestar y quedan en los márgenes. Pero hay quienes son resilientes y sobreviven. Y estos resilientes, los que se adaptan, sí que son más psicopáticos. Piensa en el ‘ghosting’, por ejemplo. Cuando alguien puede desaparecer sin más de la vida del otro, pero no solamente en las relaciones afectivas, sino en las relaciones amistosas también. La falta de compromiso, el alejamiento del dolor… El propio sistema nos hace insensibles.
«Algunos no pueden exponerse al sistema de Tinder sin protegerse, sin resguardarse del amor, el apego o la afectividad que puedan surgir»
P. Menciona ‘el modelo Tinder’ y las relaciones sexuales casuales, sin compromiso y sin una vinculación necesaria con el amor o lo afectivo. ¿Pero este modelo no es una consecuencia de despojar al sexo del carácter como oculto, sucio o desnaturalizado que ha tenido en otros momentos de la historia, especialmente para las mujeres?
R. Tengo una novela ‘La primera vez que no te quiero’, que habla de esto, de cómo fue para la mujer y la Transición española la revolución sexual de los años 60 y 70. Entonces la vivimos como una revolución de libertad y una revolución feminista. Pero a la larga, se ha desvelado como una revolución androcéntrica y patriarcal. Ana de Miguel ha hablado mucho sobre esto. ¿Por qué? Porque, de alguna forma, la revolución sexual imponía y facilitaba el modelo de sexualidad masculina. Una sexualidad coital donde las relaciones se separan progresivamente del afecto, y que no es afín a la socialización que tenemos las mujeres. Por eso, creo que las jóvenes sufren mucho más lo que yo llamo el ‘modelo Tinder’, porque exige una separación de la sexualidad y del afecto. En la socialización de las mujeres, esta separación no se da, porque el sexo se relaciona con el amor romántico. Y diría que en las niñas y adolescentes de ahora, todavía más. Con los cuentos de princesitas, las novelas románticas de ‘Crepúsculo‘… Socializamos en esos términos y, luego, para estar en el mercado de la seducción, nos exigen que separemos afecto y sexualidad.

De esta manera, la represión que antes se producía en lo sexual, ahora se da en lo afectivo. Es lo que ocurre en la mujer posmoderna, joven. Se exige que se reprima la afectividad y no la sexualidad, y eso es lo que se interpretó al principio como una revolución. Ahora nos damos cuenta que no es así y hay muchas voces que hablan de esto. No quiere decir que no hayamos conquistado la libertad sexual, que por supuesto es loable… Que los métodos anticonceptivos nos han liberado de la reproducción y han abierto un campo enorme a la igualdad. Pero también tenemos que ver si este modelo satisface las necesidades afectivo-sexuales de las mujeres. Para muchas de ellas, este modelo no satisface sus necesidades de afecto para nada. Y hay muchos ensayistas, más en el extranjero que en España, que están denunciando esto. Eva Illouz, con ‘El fin del amor’, puso el dedo en la llaga. Están denunciando este estado de las cosas. En el paraguas de la libertad, se nos ha colado una universalización del modelo masculino de relaciones afectivas. Y eso nos hace más daño a nosotras que a ellos.
Ana Ramírez (Extractado de El Confidencial)