LOS JÓVENES, CAMPO DE LA NUEVA INGENIERÍA SOCIAL

Si queremos influir sobre la sociedad y tener poder sobre ella siempre ha estado claro que debemos incidir en las generaciones que van a suceder a la actual. El presente de un proyecto de poder a largo plazo siempre son los jóvenes. Lo saben todos los totalitarismos. Lo han practicado todos los totalitarismos. El actual paradigma tecnocrático, de matriz claramente capitalista (Capital sobre Vida, Persona y Trabajo), sustentado en la revolución biotecnológica que se está desarrollando, permite reconfigurar tanto el mundo institucional, con sus estructuras y mecanismos de funcionamiento, como al ser humano y su naturaleza. Para reconstruir un nuevo orden mundial, del que se habla en todos los foros de poder, la juventud, o mejor, la conciencia de la juventud, se ha convertido en un territorio estratégico. Y resulta mucho más dúctil y flexible si antes se realiza un trabajo de deconstrucción.

Por eso, en este artículo nos vamos a centrar básicamente en tres aspectos, fundamentales, pero no exclusivos, que constatan una tendencia con la que es posible reconocer algunos de los rasgos que nos vamos encontrando en el análisis de la juventud actual.

Desarraigo existencial y espiritual. Devastación de las “estructuras” de socialización y de su secuencia natural.

Posiblemente una de las características más llamativa de los jóvenes es SU DESARRAIGO EXISTENCIAL Y ESPIRITUAL vinculado a la ausencia de proyectos y de sentido de la existencia. Este DESARRAIGO tiene diferentes dimensiones. Todas ellas han jugado, y siguen jugando en gran medida, un papel muy importante en el proceso humanizador tal y cómo le hemos venido viviendo. Aquí sólo los enumeramos:

  • Un desarraigo de la Naturaleza, urbanitas como somos. No olvidemos que, por primera vez en la historia de la humanidad, ya hay más personas habitando las urbes de la macrociudades que las zonas rurales.
  • Un desarraigo de la “patria”, de la ciudad, del “pueblo”, de la tierra que te vio nacer. Los jóvenes son la avanzadilla de todas las migraciones, también de las forzosas
  • Un desarraigo de la historia, que empieza- según la omnipotente propaganda- cuando tu naces. Nunca como ahora ha crecido el abismo intergeneracional.
  • Un proceso acelerado de ruptura o debilitamiento de todos los lazos y vínculos sociales (relaciones y procesos de socialización tradicional) que nos han constituido y forman parte, hasta ahora, de nuestra naturaleza. Sin lazos, sin vínculos, los demás, excluyendo de ellos a un “pequeño círculo”, terminan siendo para mí indiferentes.
  • Un desarraigo del sentido que es también indiferencia hacia el Misterio de la vida, hacia la pregunta por Dios. Volveremos sobre ello.

Este desarraigo EXISTENCIAL, en un mundo implacable guiado por la voluntad de poder y el lucro, les convierte en despojos de la inequidad y la exclusión, o en esclavos de las nuevas idolatrías del revolucionario proceso de vigilancia y control que está llevando a cabo el neocapitalismo a nivel global. La devastación o degradación que se ha ido haciendo del humus humanizador que aún podíamos encontrar, los someten a unas condiciones de vida cada vez más degradantes y deshumanizadoras.

Tener que afrontar la vida como individuos atomizados a los que se les ha revestido de una falsa conciencia de todopoderosa autonomía y libertad les sitúa en un péndulo que va continuamente de la euforia a la frustración. Cuando un joven sin redes ni lazos ni vínculos personales y sociales suficientemente sólidos que les sirvan de referencias tiene que afrontar las estructuras de control, de poder y de explotación que se han ido desarrollando en este mundo globalizado, el resultado no sólo es una tarea imposible y estéril sino la impotencia, la incertidumbre permanente, la desorientación, la desesperanza, el vacío y miedo. Un cóctel suficientemente agresivo y violento como para destruir a cualquiera.

Para entender la vida de los jóvenes hasta que los consideramos adultos se ha hablado tradicionalmente de cuatro procesos de socialización muy claramente definidos. El primero en la familia de origen (socialización primaria). El segundo, en las sociedades que hemos llamado “desarrolladas”, en la Escuela. Escuela que, en muchos Estados, por ley, es obligatoria durante un periodo de al menos 10 años (de los 6 a los 16 años). Es la llamada socialización secundaria. El tercero tiene que ver con la socialización en la pandilla de sus iguales, con los amigos, con los jóvenes de su misma edad y generación. Y el cuarto, con su inmersión en el mundo laboral, que era además la antesala de la construcción de un proyecto personal de familia.  Podríamos añadir un quinto espacio que venía siendo habitual y que en muchas sociedades aún lo sigue siendo: la iglesia, el templo, la religión. Una ingente cantidad de jóvenes ha tenido, y tiene, en la iglesia-templo, uno de los ámbitos de socialización complementarios más importantes y totalizantes.

Entender, por lo tanto, qué ha ocurrido en cada una de esas “estructuras” que sostenían los procesos de socialización, es decir, el desarrollo personal en coexistencia y convivencia con los demás, es de vital importancia para comprender la situación de los jóvenes. Someramente, me atrevería a enunciar los siguientes fenómenos, todos ellos dignos de estudio, relacionados con los procesos manifestados:

  • Ya nadie sabe a ciencia cierta qué es eso a lo que debemos llamar familia. Y, hasta por ley, desaparecen los términos que nos definían “en relación a…”: hijo, padre, madre, hermano (algo que está en nuestra naturaleza social- familiar). Si la orfandad constituía el estado más vulnerable en relación a la familia, hoy resulta ser, de hecho, la condición de una mayoría impresionante de jóvenes. No hablo sólo de la orfandad clásica, hablo de una orfandad de facto, niños que, aun teniendo progenitores, viven como si no los tuvieran, especialmente en familias monoparentales dónde ha desaparecido el padre.
  • La experiencia del paso por la Escuela obligatoria en este momento no constituye ya, de ninguna manera, garantía del desarrollo de cualidades afectivas, intelectuales, volitivas que ofrecían oportunidades de un desarrollo social. Hoy, descontando a los “fracasados escolares” (que no son pocos y que claramente habría que contabilizar como analfabetos de nuestro siglo), lo que interesa es el desarrollo de las competencias. Si la escuela, desarrollada claramente como una exigencia política, siempre ha engarzado con el sistema económico, hoy la subordinación de lo “político” a lo económico no puede ser más descarada.
  • Las pandillas de amigos, los iguales, han adquirido dos peculiaridades también muy llamativas. De un lado, la incidencia que están teniendo las pantallas (el móvil) y las redes sociales. De otro, el repunte, ya en cualquier ciudad del mundo, del fenómeno de las “bandas”, hijas de las migraciones, la orfandad y las calles de las periferias macro urbanas. Directamente vinculadas con ellos todo tipo de violencias, drogas y adicciones.
  • La estructura productiva del turbocapitalismo digital está revolucionando claramente el papel del trabajo y del “trabajador”. El número de individuos-capital necesarios realmente para sostener la producción y distribución de bienes constituye una élite que no llega al 20% de los “trabajadores”. El precariado y el descartado, que trabaja en la economía informal y negra, han pasado a constituir ya más del 60% de la “masa laboral activa”. Con las consecuencias derivadas de condiciones de servidumbre y esclavitud que se viven en los eslabones más débiles de estas cadenas de producción y distribución. Los codazos por un trabajo en el funcionariado son de órdago.

La ruptura del vínculo con el propio cuerpo (sexualidad)

Otro de los territorios existenciales de los jóvenes a devastar en la nueva ingeniería social del poder es el del cuerpo sexuado. En lo que a la relación con el “cuerpo” se refiere, la revolución sexual de los años 60 y la ideología de género suponen un nuevo paso adelante en la desvinculación y en la separación de “cuerpo sexuado” y “sujeto”. Ya se había normalizado y normativizado la separación del sexo de la procreación, del matrimonio y del amor (entendido como compromiso por el máximo bien del otro, con sentido de la responsabilidad). Aparece ahora el propio cuerpo del joven, de ese joven vapuleado y desorientado por el proceso descrito, como el territorio de la “libertad”, de la decisión. El cuerpo como mero material biológico a usar y modificar al servicio de los propios intereses y proyectos.

Con la expresión “ideología de género” nos referimos a un conjunto sistemático de ideas, encerrado en sí mismo, que se presenta como una teoría científica respecto del sexo y de la persona. Su idea fundamental, que recuerda mucho los dualismos espiritualistas que han dominado muchas antropologías de la antigüedad, es que el “sexo” sería un mero dato biológico: no configura en modo alguno la realidad de la persona. Lo que existiría- más allá del sexo biológico- serían “géneros” o roles que, en relación con su conducta sexual, dependerían de la libre elección del individuo en un contexto cultural determinado y dependiente de una determinada educación.

El “género” sería, por lo tanto, un mero “constructo social”, cultural, que asigna a los sexos roles o tareas. Y como tal, susceptible de ser modificado o transformado con independencia total del “sexo biológico”. Desde esta perspectiva, la identidad sexual y los roles que las personas de uno y otro sexo desempeñan en la sociedad son productos culturales, sin base alguna en la naturaleza. Cada uno puede optar en cada una de las situaciones de su vida por el género que desee, independientemente de su corporeidad. Lo decisivo en la construcción de la personalidad sería que cada individuo pudiese elegir sobre su orientación sexual a partir de sus preferencias. De ahí se deriva que se le deban reconocer los mismos derechos a cualquier “género sexual”. No hacerlo así, sería discriminatorio y no respetuoso con su valor personal. El dato “corporal sexual” directamente se desprecia, se niega, como dato esencial de su propia naturaleza.

La manipulación de la naturaleza, curiosamente deplorada por el ecologismo que la defiende a capa y espada cuando se refieren al Medio Ambiente natural, se convierte aquí sin embargo en la opción de fondo respecto a nuestra propia naturaleza. Si el “cuerpo” no es más que una “realidad biológica” desvinculada del espíritu y la voluntad que deciden, ¿inmaterialmente?, sobre ella, el dualismo asoma por todas partes. El joven juega a ser Dios, creador de sí mismo y, por lo visto, dotado (no se sabe de qué inteligencia) para imponer Su Voluntad y Su Proyecto para todo lo creado. La aceleración de los avances tecnológicos y biotecnológicos convierten ese “deseo” en una posibilidad tangible. Ideología de género y cientificismo tecnológico convergen en una propuesta.

La ideología de género ha ido derivando, con su propia lógica en el movimiento “queer” (género performativo que se construye constantemente, de forma variable según la decisión circunstancial del sujeto) y la teoría “cyborg” (organismo cibernético, híbrido de máquina y organismo biológico) y las propuestas transhumanistas y posthumanistas. Y llegados a este punto, el propio feminismo clásico se ha llevado las manos a la cabeza.

Nihilismo y espiritualismo gnóstico: el joven en busca de sentido.

El proceso cultural que queremos barruntar en estas notas sobre los desafíos a los que se enfrentan los jóvenes exigiría un recorrido por las diferentes concepciones de la persona que transitan las etapas que van del pensamiento dominante de la llamada modernidad (los siglos del “humanismo ilustrado” de la Razón) hasta la etapa que denominamos de la postmodernidad líquida (con sus propuestas antropológicas).

Para ello ha sido necesario, como hemos visto, hacerlos aún más vulnerables y frágiles de lo que, en sí mismo y por su propia naturaleza en desarrollo y en búsqueda, ya son. Su manipulación es mucho más eficaz si se consigue primero “desautorizar” a los adultos que los rodean y a los que les unen los lazos más fuertes (paternidad, maternidad, filiación, amistad); y después, desvincularlos  de todo aquello que permita un enraizamiento profundo sobre el que cimentar su personalidad: Dios (o el Misterio y el sentido de la vida), la naturaleza, la sociedad entendida como comunidad y pueblo (no como suma de individuos que coexisten mediante un contrato social legitimado por la ley) y la historia. Sin raíces y sin perspectivas de un futuro que ofrezca una oferta de sentido, algo que nos ayuda ser mejores y más felices como personas, la desorientación y la frustración deben encauzarse. Hay que señalarles los “territorios” en dónde les es autorizado ejercer la libertad. Ya hemos hablado del “mundo virtual” y del propio cuerpo como territorios dónde desplegar todas nuestras frustraciones y reconstruir nuestro mundo ideal.

Concluimos este recorrido con el que consideramos que es uno de los hechos más determinantes (no determinista) que tienen que ver con sus desafíos:  la ausencia de Dios de su horizonte y perspectiva, su negación práctica. Y, por consiguiente, su sustitución por nuevas propuestas de sentido “sin Dios”. 

No podemos negar que hay millones de jóvenes aún en el seno tanto del cristianismo como de otras religiones. Y, por lo tanto, que Dios no ha desaparecido de su vida. Pero aun no habiendo sido “bautizados”, y aun habiéndose alejado de la Iglesia, el cristianismo había cimentado la constelación de valores morales vigentes, el desarrollo del pensamiento y la conciencia social, y la base del entramado institucional de nuestra cultura.

Dios, si existe, no importa. El proceso de secularización, descubrimiento de la autonomía de las realidades que podríamos llamar naturales o de orden temporal, desemboca, por la lógica del propio pensamiento de la ilustración, en secularismo o laicismo. El término indica la “profesión de que el hombre se pertenece y se basta a sí mismo”. En un primer momento, Dios queda recluido a la vida privada, patético consuelo psicológico. Pero claro, un Dios que no tiene nada que ver con la vida o que anda en paralelo a ella se convierte en un Dios inútil y hasta dañino para la propia autonomía del hombre.  El antropocentrismo y la consiguiente expulsión de Dios parecen entronizar al sujeto y hacer posible que, dueño plenamente de su propio destino, pueda construir un paraíso en la tierra. Sin embargo, los infiernos reaparecen y se refuerzan una y otra vez. El materialismo “ilustrado” ya sea liberal o marxista desemboca en la práctica en dos de las experiencias totalitarias más abominables de la historia: nazismo y comunismo soviético y chino.

El recorrido desde ambas experiencias a la actualidad atraviesa una etapa existencialista trágica, desesperada, que deviene en nihilismo. El vacío que deja el Dios personal, rechazado por el nihilismo o encerrado en la vida privada, es rellenado por una espiritualidad sin rostro, de corte sincretista, una mezcla de cristianismo y New Age, con “dioses” y “energías” para todos los gustos. Del cruce entre mitología y tecnología, que tanto atrae a los jóvenes en toda la literatura, los videojuegos o el imaginario cinematográfico, nace lo sagrado moderno.

Ha pasado la época tanto del ateísmo clásico como de los mesianismos utópicos y marxistas, religiones políticas a la postre. El retorno al paganismo (neopaganismo lo denominó Benedicto XVI), con su huida de la condición mortal (la eterna juventud), con sus paraísos, con su empoderamiento y divinización de una raza superior del hombre (¡Hay que ver qué actualidad tienen los superhéroes de Marvel y las sagas de superhombres!), con sus corrientes gnósticas tipo New Age, constituyen el universo “religioso” de un importante y cada vez mayor número de jóvenes. El nihilismo de la indiferencia y la desesperación tampoco anda flojo de seguidores.

Conclusión final: ¿Cómo reconstruir los vínculos que nos hacen personas?

No nos cabe duda de que hay una propuesta para los jóvenes y seríamos ingenuos si seguimos pensando en que lo mejor es que “decidan ellos”, con “entera libertad”, quedándonos al margen. Nada sin ellos. Eso está claro. Pero nada de quedarnos al margen a verlas venir.

Los padres, las familias, los profesores, la comunidad de los que bregamos con ellos a diario, de los que vivimos y padecemos sus angustias y sus expectativas, de los que estamos preocupados por el desarrollo adecuado de su vida, no puede permanecer pasiva y a la espera de que sean otros, anónimos pero muy presentes, los que propongan. O que seamos nosotros meras correas de transmisión de un “programa” que otros han elaborados evidentemente con intención y sin contar para nada con nosotros (ni con los jóvenes). Este es precisamente el primer paso. Tomar conciencia de nuestro papel, de nuestra responsabilidad. Los jóvenes de la suya. Nosotros de la nuestra. Para no delegarla. Ni ellos ni nosotros. Para reflexionarla. Para dialogarla con otros, con otros jóvenes, con otras familias, con otros educadores. En el trasfondo de todo, el gran desafío de los jóvenes, y el de los adultos también, es una vida que pide, busca, exige, reclama, grita la necesidad de sentido. Se un sentido que la plenifique y la llene de la felicidad y la alegría que los jóvenes invocan

AUTOR: MANUEL ARAUS. Educador y Autor del blog educaciónparalasolidaridad.com. Artículo escrito para la revista Autogestión 147.

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