Este artículo se escribió con el dolor cercano, que aún pervive, por la muerte de William, en la localidad de Villaverde (Madrid), alumno de amigos nuestros en el colegio Comunidad Infantil de Villaverde. William era un muchacho alegre, muy querido, que tenía quince años recién cumplidos. Él es, como muchos en estos barrios de las periferias de las grandes ciudades, español de origen dominicano. La tesis que tiene más verosimilitud es que fue asesinado- ejecutado puede ser más exacto- a manos de una de las bandas armadas que operan en Madrid. La policía investiga a los Trinitarios y a los Dominican Don’t Play. Estas bandas están establecidas en España desde hace años.

Las bandas (pandillas o maras) son una realidad sangrienta en prácticamente toda América Latina y que también se están exportando a los países de llegada de esta migración, aunque con otras características y dimensiones. Una de las formas de operar de estas bandas puede ser la causa de la muerte de William según declara su abuelo al periódico “El País”: “Tal vez fue una prueba para que el que le mató para mostrar su lealtad a su banda, o tal vez mi nieto se negó a pertenecer a una”.
La existencia de estas pandillas, sobre todo en América Latina, tiene varias causas, las más importantes se hallan en la realidad social, económica y cultural de estos países. Las causas socioeconómicas y psicosociales son: “la desintegración social, el desempleo juvenil, los trastornos psicológicos criminógenos que en muchos casos radican en la descomposición de las familias, lo cual a su vez se relaciona con factores socioeconómicos y sociales”[1].
Entre estas causas, queremos señalar una de ellas, que está relacionada con la migración de sus padres y el crecimiento de estos niños y adolescentes sin referencias a la figura paterna y la falta de estructuras solidarias (familia) y referencias adultas junto a la necesidad de encontrar un grupo social que proteja a estos jóvenes y adolescentes (algunos casi niños) de un entorno más violento que les hace buscar (o ser empujados a entrar) en auténticas redes de violencia que constituyen las pandillas, bandas o maras… Miles de jóvenes desintegrados familiar, social y económicamente en toda América Latina han encontrado en la delincuencia juvenil su propia salida a la exclusión y marginalización social. Al estar sus redes sociales y familiares destruidas, en muchas ocasiones por los movimientos migratorios, la única red social a la que pertenecen en su país es la mara o pandilla o banda. En el mismo trabajo citado anteriormente Peter Peetz señala: “La mara como grupo ‘solidario’ ofrece la posibilidad de adquirir prestigio social (dentro del grupo) y recursos económicos. La pobreza, el desempleo juvenil, la falta de perspectivas, las insuficiencias de la educación formal y no formal, en resumen, la desintegración social y económica de los jóvenes, constituyen las razones profundas de la delincuencia y la violencia juveniles así como del surgimiento y expansión de las maras”.
La falta de integración social para los jóvenes implica un clima de anomia social[2], que es un caldo de cultivo para la delincuencia organizada. Las maras pueden llegar a ser la forma de integración social entre la familia y el Estado: la identificación del pandillero con su mara es absoluta e incluye matar y morir por ella. Terrible…
Peter Peetz en este trabajo citado sobre “Las ‘maras’: el pandillismo juvenil en Honduras, El Salvador y Guatemala” señala el siguiente análisis en las páginas 367 a 369:
“Pero el hecho de que un pandillero arriesgue continuamente su propia vida por su grupo indica que tiene que haber una razón más profunda que explique lo atractivo de las maras para los jóvenes. Esa atracción reside en las funciones que tiene la pandilla en la vida del marero. Las maras llenan el vacío que dejaron las familias, la sociedad y el Estado en cuanto a solidaridad, integración social y oportunidades de autorrealización.
Una mara es una red social transnacional que funciona bien, cuyos miembros forman una comunidad jerárquica de apoyo mutuo y en la que la solidaridad de grupo es incondicional. En lugares y situaciones fuera del alcance de la propia clika los “homies” de otros barrios, ciudades o países brindan su ayuda. El muchacho marginalizado y desamparado ante la pobreza y la falta de perspectivas se convierte en parte de una organización poderosa. Equipado con armas y drogas puede llegar a sentirse casi omnipotente.
Para muchos mareros la pandilla también tiene la función de sustituir a la familia. Un indicio de eso es la relación etimológica entre “homie” y home. Según varios estudios buena parte de los pandilleros son hijos de madres solteras. La falta de un padre no es per se la causa de que un joven se integre en una mara. Está demás decir que una mujer que cría sola a sus niños puede inculcarles los mismos valores que un hombre. La razón es más bien la precaria situación socioeconómica de los hogares liderados por mujeres. La madre tiene que conseguir los recursos económicos necesarios para la subsistencia de su familia. En muchos casos, esas circunstancias no le permiten brindar a sus hijos la atención y el afecto que requieren, ni mucho menos el dinero necesario para asegurarles una buena educación y suficientes oportunidades de autorrealización. Los jóvenes provenientes de familias con jefe de hogar masculino son atraídos por las maras sobre todo si existen síntomas de desintegración familiar, como el alcoholismo o la violencia intrafamiliar.
Las pandillas juveniles cumplen para sus militantes funciones que generalmente se consideran propias del Estado pero que éste no cumple o cumple de manera muy insatisfactoria en los países del triángulo norte de Centroamérica. El monopolio de la violencia por parte del Estado es violado a diario por las maras (y también por los escuadrones de la muerte). Es más, en los barrios controlados por las pandillas, éstas ejercen un poder que podría considerarse como el ejercicio de un cierto monopolio de violencia. La importancia que tiene para ellas la categoría territorio recuerda el significado que tienen para el Estado nacional el territorio nacional y la inviolabilidad de las fronteras. Países como Guatemala, El Salvador y Honduras, con estadísticas de pobreza de entre 60% y 80%, no llegan a proporcionar a sus ciudadanos condiciones socioeconómicas que les aseguren una vida digna ni les ofrezcan oportunidades de ascenso social. Las maras, en cambio, sí representan para sus miembros una posibilidad real de acceder a bienes de consumo, incluso a bienes que se pueden considerar “de lujo”. También les facilitan oportunidades de reconocimiento y prestigio social. Aunque las maras tampoco puedan garantizar que todos sus integrantes podrán dejar atrás la pobreza y la miseria para siempre, ofrecen por lo menos una posibilidad de escapar y olvidar la situación mediante el uso de drogas aunque sea en forma temporal. No es asombroso que un joven se pueda identificar mejor con una poderosa red transnacional que con un Estado insignificante a nivel internacional y débil en cuanto a asuntos interiores. La corrupción y la ineficiencia como características del Estado contrastan con la honra y la solidaridad como fines supremos del pandillismo. Las maras han desarrollado expresiones culturales sumamente atractivas para los jóvenes y un sistema de símbolos marcado por la emocionalidad y la trascendencia. El simbolismo del Estado (himno nacional, bandera y también instituciones representativas como el presidente o el parlamento) se basa en una racionalidad y en una tradición apenas comprensibles para los jóvenes.
El Estado no logra que sus ciudadanos se identifiquen con él, más bien es causa -o parte de la causa- de que miles de ellos emigren cada año en busca de una vida más digna en otras partes del mundo. Parece irónico que precisamente esa emigración masiva haya jugado un papel clave en el origen de las pandillas juveniles que hoy en día ponen en cuestión el Estado como forma de integración social. Las maras se pueden considerar como organizaciones sociales paralelas y en algunos aspectos competidoras del Estado.
En el contexto de niñez y juventud en América Latina, el tema de la delincuencia juvenil se ha vuelto central. Por razones históricas, culturales y sociales, entre los jóvenes marginalizados del triángulo norte de Centroamérica se han formado organizaciones muy particulares, las maras, que se distinguen de otros grupos de jóvenes delincuentes en muchos aspectos, sobre todo en cuanto a su estructura interna y signos culturales de identificación. Pero las causas que motivan a tantos muchachos a convertirse en criminales son las mismas en todo el subcontinente: la desintegración social y económica y la falta de oportunidades de ascenso social y autorrealización individual. Para contrarrestar el problema, tanto en Centroamérica como en las demás partes de América Latina, no se carece de leyes restrictivas ni de otras formas de represión. Lo que urge son políticas juveniles a gran escala impulsadas por los gobiernos, la sociedad civil y la cooperación externa que estén dirigidas sobre todo a crear oportunidades de integración socioeconómica para los millones de jóvenes pertenecientes a los sectores marginalizados de la población. Ahora bien, hay que ser consciente de que ningún esfuerzo de política juvenil resultará satisfactorio mientras las políticas económicas y sociales conducidas por los actores internos y externos no logren reducir significativamente la pobreza y la exclusión social en América Latina”.
Esta reflexión nos pone en la disyuntiva de tener que reafirmar la importancia de construir y de recuperar verdaderas estructuras solidarias, como la familia, para poder ofrecer a las nuevas generaciones una institución donde poder crecer, formarse y convertirse en personas adultas que luchen por el bien común.
Pero para ello debe haber estados que realmente cumplan su función de apoyar subsidiariamente redes solidarias, estructuras de familias de familias que puedan impedir que asociaciones delictivas sean la acogida de nuestros jóvenes. Y para que los estados puedan cumplir su función, debe generarse un orden internacional donde las estructuras de solidaridad sean el tejido que las una. ¡O todos responsables de todos o todos esclavos!
AUTOR: MARIÁNGELES JIMÉNEZ, ABOGADA EXPERTA EN INMIGRACIÓN. Revista Autogestión 147.
[1] Peter Peetz “Las “maras”: el pandillismo juvenil en Honduras, El Salvador y Guatemala. Capítulo del libro “Entre la familia, la sociedad y el Estado. Niños y jóvenes en América Latina (siglos XIX – XX)”
[2] En las disciplinas de las ciencias sociales y la sociología, la anomia está relacionada con la falta de normas o convenciones sociales o su degradación como producto de un conjunto de factores.
Émile Durkheim, sociólogo francés, refiere cómo las desigualdades producto de las dinámicas sociales y económicas del capitalismo influyen en la anomia social. Las personas, al sentir que las normas y convenciones bajo las cuales viven carecen de sentido de justicia y equidad, dejan de respetarlas porque consideran que han perdido sentido para ellos.