Continuamos con los apuntes relacionados con la segunda parte del libro, la que se concentra en la vida diaria en el interior de un campo de concentración.
SEGUNDA FASE: LA VIDA COTIDIANA EN EL CAMPO DE CONCENTRACIÓN
Aparecen, mezclados, mecanismos psicológicos de supervivencia que suelen implicar al mismo tiempo “adaptación” y “resistencia”
- Apatía. Es la muerte emocional. Una especie de anestesia, de caparazón, de “suspensión” de las emociones que, para “adaptarse” se embotan. Para sobrevivir, labor en la que se concentran todas las energías, es imprescindible dejar de lado la repugnancia, la indignación, la piedad y hasta el horror.
Aun así, hay vida interior: se añora, como nunca, el hogar y la familia. Se siente una gran repugnancia frente a la fealdad que rodea su vida cotidiana. Se percibe en pequeños detalles.
- El dolor físico puede pasar incluso a un segundo plano. Duele más el insulto, la humillación, sentir cómo te tratan como un animal. Y esto le ocurre hasta en los prisioneros más endurecidos.
- Se desatan también los instintos más primarios de supervivencia. Entre estos instintos se encuentra:
- El hambre. La experiencia del hambre. Toda la vida mental gira entorno a los alimentos. Toda. En los sueños aparece el pan, los pasteles, los cigarrillos, los baños de agua templada. Esta sensación es imposible de imaginar si no se ha vivido. Despertar del sueño de quedarse dormido pasa a ser la experiencia más dura del día.
- Es curioso que hay una gran inapetencia sexual, una ausencia del deseo sexual que parece contradecir una de las principales afirmaciones del psicoanálisis clásico.
- El sentimentalismo, la vida sentimental en general también se queda en suspenso.
- Desaparece todo interés cultural. Se produce una especie de hibernación cultural. Con dos excepciones: los temas de política y religión. (¿Será porque constituyen realmente los dos ejes capaces de globalizar la vida de las personas?). Aparecen con toda su fuerza y profundidad las creencias religiosas.
- La mayor resistencia aparece precisamente en AQUELLOS QUE TIENEN MÁS DESARROLLADA su vida espiritual, su vida interior. “Los menos fornidos parecían soportar mejor la vida en el campo que los de constitución más robustas”. La vida en el campo es más llevadera para:
- Quien Ama. Esto es lo único que puede dar sentido pleno a la vida. Es un acto de fe. Es un Si a la pregunta ¿Tiene sentido la vida? El amor es la meta última y más alta a la que puede aspirar el hombre. La salvación del hombre solo es posible en el amor y a través del amor. Y el acto supremo del amor es la CONTEMPLACIÓN. El amor transciende la persona física del ser amado y encuentra su sentido más profundo en el ser espiritual del otro, en el “yo” más íntimo. “Fuerte como la muerte es el amor” se puede leer, nos recuerda V. Frank, en el Cantar de los Cantares (libro de la Biblia)
- Quien tiene huellas de la belleza del pasado. Aparece la nostalgia, que es revivir con añoranza el pasado.
- Quién no ha perdido su sensibilidad ante la belleza, quién ha cultivado su sensibilidad por la Naturaleza (la contemplación de una puesta de sol) o por el Arte (el lenguaje de los símbolos, el lenguaje de la celebración)
- Quién es capaz de no perder el sentido del HUMOR. El humor nos permite mantenernos en la lucha, sobrevivir. Forma parte del dominio del arte de vivir. Proporciona el distanciamiento necesario para sobreponerse a cualquier situación.
- El tamaño del sufrimiento, lo mismo que el de la alegría, son relativos. Lo más pequeño, el más pequeño detalle puede proporcionar el mayor de los sufrimientos, pero también la mayor de las alegrías. “¡Agradecíamos el más insignificante de los alivios!”. (Esto es experiencia habitual en muchas personas… cuando vivimos la enfermedad, con las cosas materiales que tenemos, con lo que podemos o no podemos hacer)
- La suspensión del juicio moral. La existencia aquí puede llegar a descender al nivel del animal si no se lucha por mantener, con un esfuerzo supremo, la dignidad. El “yo”, despojado tiránicamente de todo, llega a querer prescindir de la conciencia y de los principios morales. Pero en una situación tan extrema…
- ¿Quién se atreve a juzgar a alguien que actúa con favoritismo en situaciones límite, quién puede arrojar la primera piedra en esas circunstancias?
- ¿Quién puede juzgar la aparente indolencia, la falta de respuesta que se produce en otras personas cuando están presenciando a su alrededor cosas tan terribles?
- Pero… ¿se puede anular, aniquilar de forma completa la conciencia? ¿No será necesario muchas veces justificarnos a nosotros mismos ante estas situaciones para atenuar lo que en el fondo sabemos que requiere nuestra respuesta?
- La añoranza de la intimidad y la soledad. Es normal, que en una vida colectivizada impuesta, en la que todo se hace abiertamente, hasta lo que elementalmente te exige el natural pudor, se busque el “espacio” en el que podamos estar solos, en el que nos sintamos alejados de los demás. De hecho lo es en condiciones mucho más normales, así que cuánto más en estas condiciones.
- Se acaba teniendo la sensación y la certeza de la que la vida humana no vale nada. NO cabe un gramo de sentimentalismo. ¡Tu vida está a merced de cualquier capricho, de cualquier arbitrariedad de un guardia, de un soldado! En estas condiciones también se desarrollan tácticas de supervivencia para hablar cuándo te preguntan. Víctor Frank se autoimpuso una norma que solía funcionar en el campo: “Contesta con la verdad a todo lo que se te pregunta, pero sólo a lo que se te pregunta”
- Aparece también el MIEDO A LA LIBERTAD. Un miedo brutal a tomar cualquier decisión, a tomar cualquier iniciativa. Uno quiere a toda costa zafarse de cualquier responsabilidad, especialmente de la responsabilidad a decidir. Esto se puso de manifiesto cuando se insinuaba la posibilidad de huir, de escaparse… aun sabiendo que lo más que uno se podría encontrar era la muerte para huir de la propia muerte.
- Otra característica de la situación era la IRRITABILIDAD Y LA VIOLENCIA a flor de piel. Se dan todas las condiciones para que cualquier acontecimiento se convierta en enfado y acabe en estallido de ira y violencia.
- Condiciones físicas: hambre, cansancio, ausencia de esos estímulos básicos cotidianos que nos mantienen “despiertos” (nicotina o cafeína se echaban mucho de menos)
- Pero también, y sobre todo, condiciones psicológicas estimuladas por las fuertes jerarquías, las categorías entre los miembros de un campo, las injustificables desigualdades. Ello provocaba con mucha frecuencia la tensión, la competencia, los celos, las envidias, los rencores y resentimientos. A su vez, nadie movía un dedo ante algo que podría considerarse un “peligro” para la propia supervivencia (para socorrer, aliviar, ayudar a otro…si eso representaba ponerse en evidencia por ejemplo)
Esto desembocaba en peleas brutales, en una violencia descontrolada, donde los prisioneros estaban completamente fuera de sí.
- Pero EN NINGÚN CASO, EN NINGUNO, QUEDA COMPLETAMENTE ANULADA LA LIBERTAD del hombre. El dilema básico aparecía continuamente, ante cualquier pequeña decisión que hubiera que tomar. Este era el de someterse incondicionalmente o resistirse de algún modo. (El título del famoso libro de otra víctima de un campo de concentración, Bonhoeffer: “Resistencia o sumisión”). “Al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas, la elección de la actitud personal que debe adoptar frente al destino para decidir su propio camino”. A nadie se le puede eximir, salvo que se haya perdido el juicio, de esta íntima responsabilidad.
- La existencia PROVISIONAL. (O precaria).
(Esta reflexión cabe, como muchas otras, extrapolarla y aplicarla al proceso acelerado de precarización de la vida en el que nos encontramos colectivamente ahora). Víctor Frank describe muy bien los rasgos de una existencia precaria:
- El presente es un infierno. El futuro no existe. NO cabe proyectar ni metas ni objetivos. En todo caso, echar la mirada hacia atrás.
- Se deforma la percepción del tiempo. Un día parece “eterno”. Una semana “muy corta”, pasa muy rápido.
- Se vive permanentemente con la sensación de “ausencia de vida”.
- Se estrechan también los horizontes espaciales. Se vive en un estrecho límite. Sin horizontes. Rodeado de orejeras.
- Al final, volvemos al dilema del sentido. O eres capaz de autotranscenderte, lo que implica una vida interior, espiritual, o te conviertes simplemente en un vegetal y te dedicas a vegetar. Resuena de nuevo la necesidad de un sentido: “¡El que tiene un PORQUÉ para vivir, puede soportar cualquier CÓMO!”
- Antes de concluir esta fase, y en su periplo por describir al HOMBRE que es, que existe, y no al que nos gustaría que fuera, Víctor Frank se pregunta por el perfil psicológico de los guardias del campo. Presentaban los siguientes rasgos:
- Los había sádicos en el sentido clínico, literal. De hecho, se escogía este perfil de hombre brutal y egoísta para “kapo”
- Tenían el corazón embotado de tanto presenciar brutalidades y participar en ellas.
- Pero, en honor a la verdad, también nos encontramos guardias que manifestaron compasión.
- En realidad, se afirma, “¡Ser guardia no nos revela en sí mismo nada de su intimidad!”. Probablemente jugaban e interiorizaban un “rol” con el que nadie puede estar seguro que se sintieran complemente identificados. “¿Se puede decir que hay algún grupo humano en el que haya desaparecido totalmente la bondad?”
UNA CONCLUSIÓN al final de este proceso en relación al SENTIDO DE LA VIDA. Necesitamos “un cambio radical en nuestra actitud frente a la vida. En realidad NO IMPORTA QUE NO ESPEREMOS NADA DE LA VIDA, sino que LA VIDA ESPERE ALGO DE NOSOTROS”. No encontraremos “sentido” a menos que salgamos de nuestro “yo”, a menos que nos dejemos interrogar por la realidad y por los demás. Y entonces TRATEMOS DE RESPONDER: No con palabras, no con pensamientos, SINO CON ACTOS.
Estos interrogantes son personales y piden una respuesta personal, A CADA UNO EN PARTICULAR, EN CADA MOMENTO. En esta respuesta única y singular, distinta para cada momento y para cada “uno”, descubrimos nuestra SINGULARIDAD y nuestra UNICIDAD.
UNA CONCLUSIÓN SOBRE EL HOMBRE. “La historia nos brindó la oportunidad de conocer al hombre quizá mejor que ninguna otra generación”. Sólo hay dos razas de hombres (y ninguna más): los decentes y los indecentes. Y ambas se entremezclan en todos los grupos sociales. E incluso ambas se entremezclan en cada una de las personas.
Autor: Manuel Araus