DEPRIMIDOS, ALIENADOS, O CREATIVOS. Página de un diario personal.

Permitirme, desde mi diario, tutearos una vez más, entrar en vuestra conversación.

Según las últimas noticias estamos aún en el ecuador de este confinamiento. Se aleja un mes más la posibilidad de aligerar este encierro. Empiezo a aborrecer la canción “resistiré”. La proliferación de memes humorísticos ha disminuido ostensiblemente. El humor, no. El día que falte esta medicina… Lo que si notamos es que vamos pasando del humor “blanco” a un humor más “negro”. Ya no falta en el supermercado el papel higiénico sino los sobres de levadura. El dulce trata de engañar a un paladar que empieza a llenarse de amargura. No hay artista conocido que no haya hecho su particular versión de “color esperanza”. Las grandes empresas ya pusieron a trabajar a sus departamentos de marketing y nos bombardean con anuncios empáticos que manifiestan que nuestros deseos son también “sus” deseos. Ellos saben mucho de eso. Algún banco se atreve incluso a afirmar que el dinero para ellos es lo mismo que el dinero para nosotros. Aunque no los he escuchado decir que van a perdonar nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores. Esto podía ser un buen criterio para aplicar, el mejor.

Por favor, leer hasta el final porque si os quedáis a medias, no habré sabido transmitir lo que os quería decir.

Un torbellino de acontecimientos inesperados sin apenas movernos de casa

Ha pasado más de un mes de encierro. Un torbellino de acontecimientos sin apenas movernos de casa o, a lo sumo, de un exiguo radio que abarca poco más que el patio de una cárcel. ¡Y no dejo de pensar en los niños! En nuestros alumnos entre ellos. También en sus familias, con sus rostros concretos, conocidos.

No cabe duda de que han cambiado los factores estresantes entre los cuales se desenvuelve la insana, e injusta, vida en la que ya nos desenvolvíamos. Porque el estrés, que responde a una situación estructural y no sólo personal, estaba ahí. Cuenta el famoso psiquiatra Luis Rojas Marcos en su libro Superar la Adversidad, que las “calamidades inesperadas suelen exponer a los afectados a un reto emocional mayor que los infortunios más comunes que se anticipan o se consideran parte de la vida. Igualmente, las adversidades de larga duración exigen de los afligidos más recursos de fondo y ponen especialmente a prueba su capacidad de adaptación”

He querido esbozar, sin más pretensiones que un desahogo con el que tal vez alguien se sienta identificado, tres situaciones que se están produciendo en este encierro y que tienen que ver con ellos, los niños, y con nosotros, los adultos que los acompañamos o que estamos ausentes de sus vidas. No hablo como espectador ajeno a estas situaciones. Pero tampoco hablo como experto, ni como psicólogo. De ellos os dejaré una buena guía en un enlace al final de esta reflexión. Soy partícipe de las tres en alguna medida. No son tres emociones, no son sentimientos. Las dos primeras pueden llegar a ser- y de hecho lo son para muchos- patologías. Pero, aun teniendo en consideración la vertiente psiquiátrica, voy a hablaros más bien de estados de ánimo, de ¡estados del alma! De lo que está ocurriendo con el “ánimo”. Repito. Lo hago como profano, informado pero ignorante de las necesarias sutilezas que deben consultarse a los profesionales.

Estas tres situaciones las podemos estar viviendo cada uno o todos juntos los que estamos compartiendo nuestro encierro. Las podemos estar viviendo simultánea o sucesivamente en el tiempo. Las podemos estar solo algunos. Sé que las tres forman parte de mi experiencia personal y de la experiencia de muchos con los que tengo oportunidad de hablar. Allá van.

Deprimidos

Escojo el término deprimidos porque me parece más cotidiano. Podrían entrar perfectamente en esta constelación otras bajadas de defensa anímica tales como los estados de ansiedad (que tendrían otras especificidades)

Depresión. Para el diccionario de la RAE, “síndrome caracterizado por una tristeza profunda e inmotivada y por la inhibición de todas las funciones psíquicas”. En su acepción algo más técnica, el estado depresivo al que nos referimos es más “reactivo”, que responde a un acontecimiento negativo externo, que la llamada “endógena”, que no se puede relacionar con ningún hecho concreto. Los individuos deprimidos se sienten abrumados, desanimados, desmoralizados a causa de la experiencia vivida. La depresión implica cambios en los estados de ánimo, en las formas de pensar y en ciertas funciones biológicas básicas. 

Aquí me detengo en lo que se refiere a “manuales”.

Deprimidos. La casa se ha convertido en una tumba, en un sepulcro. El encierro en una losa.

Nos zambullíamos con temor en las orillas de un océano desconocido. No sabíamos cómo eran aquí las corrientes, ni la fuerza de las olas cuando el viento, imprevisto, azota su superficie. Pero hasta ahora al menos hacíamos pie. Tocábamos, con nuestras plantas desnudas, la arena invisible del suelo. De repente, hemos perdido también el suelo, y no sabemos a qué profundidad se ha esfumado. Y tengo la tentación, muy muy atrayente, de dejarme hundir, de dejarme caer sin oponer resistencia. ¡Ya no puedo más!

Me pesa la tristeza. La oscuridad no parece la de un túnel sino la de una cueva sin salida. La pena es negra. Las sábanas, la colcha o la manta es una piedra que se me ha caído encima después de este terremoto. Y me acurruco sin intentar salir de ella. No me quiero levantar.

Asisto al funeral que no pude asistir. Vivo el funeral de mi propia alma. Se me murió el ánimo. Los aplausos me parecen una burla. El “juntos podemos” sólo consuela a los tontos. La esperanza era puro optimismo desinformado. El vacío me grita: ¡De qué vale resistirse!

La depresión estaba ahí. Las depresiones forman parte de la geografía de la vida. A veces nos damos cuenta de cómo vamos entrando en ellas. A veces, aparecen inesperadamente. Un día, una tarde, una noche. No me quiero levantar de la cama. No quiero quitarme el pijama. No me apetece comer. No quiero ver a nadie.

Entonces resulta que no bastaba haberme preocupado en exceso de tener la despensa llena. No represente tampoco ningún consuelo tener un ropero o un zapatero que ya no me caben en ningún sitio. Tantos cacharros y cosas que compramos compulsivamente, al alirón del frenesí consumista, no me valen de nada. El cuerpazo que con tanto esfuerzo había esculpido en el gimnasio no vale de nada. Ya nos lo decía Victor Frank, mil veces citado en estos tiempos: eran las reservas de “sentido de la vida”, eran las reservas inmateriales, espirituales, las que permitían sobrevivir en condiciones extremas, en los campos de concentración nazis. No eran los más fuertes, según los criterios habituales, sino los más que tenían reservas de “sentido”. La psicóloga y periodista Ursula Nuber nos advertía: “Si el sufrimiento no puede existir en una sociedad tan enamorada del buen resultado y del éxito, entonces existirá un alto riesgo de que pronto vivamos en una sociedad depresiva, en una sociedad de individuos “rotos psíquicamente”.

Esto no reza solo para los adultos. Tampoco hemos educado a los niños para convivir con las dosis de renuncia, sacrificio y sufrimiento que son inherentes a la vida, por más que se nos haya querido instaurar, a los más privilegiados del género humano, una happycracia. Nos estamos encontrando también con niños y adolescentes que han entrado o están entrando en este estado de ánimo. Pataletas o reacciones agresivas sin venir a cuento o, lo contrario, una pasividad inusual. Gritos desaforados, o lo contrario, enmudecimiento. Lloros que no tienen razón de ser aparente o simplemente tristeza en sus ojos, falta de brillo en su cara. Desgana, apatía, sopor, adormecimiento. Desaparece hasta el apetito.

No soy capaz de imaginar que ocurre en los hogares que no son hogar. En las casas dónde se vive el infierno de la violencia o de la soledad o del abandono.

Me sumo firmemente a las voces, cada vez más, que claman por velar por la salud mental de los niños en este encierro. No voy a repetir aquí sus argumentos. Os dejo tres enlaces que no quiero que dejéis de leer:

IMPACTO FÍSICO, EMOCIONAL Y PSICOLÓGICO DEL COVID EN LOS NIÑOS

OCHO FALSAS CREENCIAS SOBRE LOS NIÑOS Y EL CONFINAMIENTO

UNA GUÍA COMPLETA PARA ENCONTRAR RECURSOS SOBRE IMPACTO PSICOLÓGICO EN ADULTOS Y NIÑOS

Alienados.

Hay un segundo estado de ánimo, permitirme la expresión, que estamos experimentando: la alienación extrema, la evasión que crea adicciones.

Si en el estado anterior partimos de una realidad que, por abrumadora, somos incapaces de asimilar, de aceptar, de soportar, una realidad que termina aplastándome y me hiere, en esta ocasión lo que intentamos es “evadir” esa realidad, huir de ella, tratar de espantarla, de no tenerla a cada minuto recordándonos su insoportabildad (creo que me acabo de inventar una palabra).

Alienación. Según el diccionario de la RAE (aquí me vienen bien todas las acepciones): “2. Proceso mediante el cual el individuo o la colectividad transforman su conciencia hasta hacerla contradictoria con lo que debía esperarse de su condición. 3. Estado de ánimo, individual o colectivo, en que el individuo se siente ajeno a su trabajo o a su vida auténtica. 4. Psiquiatría. Término genérico que comprende todos los trastornos intelectuales, tanto los temporales o accidentales como los permanentes”. En un manual más especializado este término denota el apartamiento de los individuos de si mismos y de los demás, la negación de la naturaleza humana esencial. El hombre no se reconoce a sí mismo, se cosifica, se mercantiliza, se autodirige a si mismo y de dirige a los demás como si fueran una mercancía, un medio, un objeto del que sacar algún provecho (material o emocional).

El estado de alienación en el que nos vamos sumiendo tiene más que ver con desear no ser nosotros mismos, con tratar de escondernos de nosotros mismos y de la realidad para no sentir su sofoco, su agobio, la angustia insoportable que nos produce. Y en esta disposición, favorecida por las circunstancias del encierro, no hago mas que buscar, tal vez inconsciente pero decididamente, “dosis” o “actividades” que me produzcan bienestar, satisfacciones inmediatas. Dosis de adrenalina, dosis de endorfinas anestesiantes, dosis de irrealidad y engaño, dosis de “píldoras de felicidad”. El peligro, me resulta tan evidente, es que generamos adicciones. Lo corroboran los psicólogos y los psiquiatras. Eric Fromm lo señala en su “miedo a la libertad”.

Me descubro tratando de ocupar el tiempo, de llenarlo. Mi mente trajina quehaceres y ocupaciones convulsivamente. Tengo pánico a quedarme sin nada que hacer, en silencio, quieto, aburrido. Tengo miedo a ser devorado por el tedio que me persigue como una sombra, con la intención, presupongo, de devorarme. Tengo miedo de que esa misma sombra que a mi me espanta, caiga sobre mis hijos, sobre los niños que tengo a mi cuidado.

Compruebo que mi horario se me está convirtiendo en un tirano que pide cada día más y más. Abro los cajones y los baúles que tenía completamente olvidados en busca de juegos de mesa, de posibilidades de mantenerme activo. Y, ahora viene lo mejor, abro en esa ventana infinita de internet en busca de todas las manualidades, las páginas, los recursos, los consejos, lo que otros están haciendo, …

Navego por la red social a cada momento a la caza de la última noticia, del último vídeo editado, del último meme, de la última poesía inspiradora… y doy rápidamente a compartir. Esperando ser el primero en hacerlo. Esperando recibir de inmediato los “vistos”, los “likes”, los “compartidos”, …

Mi agenda de contactos ya se me ha quedado pequeña. Hablar con mis familiares no me basta. He hecho un recorrido por todo el alfabeto de la agenda. Mis grupos de whatsapp arden, compitiendo en ingeniosidad. No puedo desconectar. Añado y superpongo a todas las actividades el soniquete, el tono, que me avisa del último mensaje al que me lanzo ávido y deseoso de ser el primero en comentar o responder.

Pero, como las dosis habituales de alienación se van haciendo insuficientes y hasta los maratones de series de Netflix empiezan a ser anodinos, no puedo evitar sentirme ahora en un estado de ansiedad que me destroza, tanto o más que la depresión. Me encuentro en el otro extremo de mi depresión, pero en el mismo sitio. Ansiedad, estado de inquietud, de desasosiego, de alarma… como consecuencia de la percepción de un peligro real, o figurado, difuso, vago, inconcreto, indefinido, que sentimos a cada momento amenazante.

Calculo que, en el fondo de esta huida, a la que como nos descuidemos los adultos arrastraremos a los niños, no es capaz de ocultar lo que el “olfato” infantil reconoce a mil leguas, que algo incontrolable está pasando que mis padres me están ocultando.

Así que, me digo, tal vez sea imprescindible ralentizar, descargar la agenda, desconectarnos de las redes, cerrar por momentos las ventanas de internet e incluso las de la calle. Cerrar los ojos. Aburrirnos de vez en cuando. Sosegarnos. Respirar fuera de las sesiones de fitness… De lo contrario, las pantallas que hemos puesto entre la realidad y nosotros, en lugar de hacernos bien se convertirán en drogas. Y salir de las drogas no es fácil. Tal vez es el momento de pasar nuestro síndrome de abstinencia.

Creatividad.

Al separar cada una de estas tres situaciones, decía al principio, que no hago nada más que diseccionar una experiencia que no se da en ningún caso así. Puedo tener en un mismo día, los tres estados, como el agua. Puede que uno de ellos me haya conducido al otro y al revés. Puede que ninguno de ellos se haya convertido en dominante. Lo más seguro es que sea la creatividad, de la que ahora os quiero decir algo tal vez también muy genérico e insustancial, la que haya estado sustentando en gran medida esta experiencia de confinamiento.

Creatividad. Según el diccionario de la RAE, “facultad de crear, capacidad de creación”. Creación “5. Obra de ingenio, de arte o artesanía muy laboriosa, o que revela una gran inventiva”. En los manuales más especializados de pedagogía hay definiciones típicas: “La capacidad de resolver problemas, crear productos y se suscitar nuevas preguntas” (Gardner). “Procesos imaginativos con resultados originales y de valor” (Robinson). “Capacidad de construir, hacer o convertirse en algo nuevo y valioso con respecto a otros y a nosotros mismos” (Pope)

Muy sugerentes todas ellas. Pero de nuevo aquí se acabó el manual para seguir hablando.

No nos cabe ninguna duda de que estamos asistiendo a uno de los momentos más creativos de nuestra existencia. Resulta increíble y absolutamente admirable la cantidad de producciones, obras, realizaciones, … y pensamientos profundos que han sido el fruto de este confinamiento. Porque no podemos olvidar que la creatividad no solo es “arte” en este sentido en el que lo conocemos, es también pensar profundamente, ofrecer soluciones originales a problemas que nunca nos hemos planteado o que cuando nos los hemos planteados resultan insolubles. Resulta completamente sorprendente la ola de ingenio que hemos visto desplegarse de todas las personas de nuestro alrededor. Y no me refiero ahora a los denominados “creadores”, a los profesionales de la “creación”, a los artistas de todas las modalidades y artes. Me refiero a la creatividad de la gente sencilla, de los que se tienen por poco creativos.

¡Qué bonito sería tener una colección de estas obras inmensas de creatividad de los sencillos, de los no letrados, de los no profesionales! ¡Y de nosotros mismos! ME EMPLAZO a hacer esta colección. Y os emplazo a vosotros a hacerla. Con ayuda de los niños, por su puesto.

La creatividad resulta no de evadirse de la realidad, nunca de evadirse de la realidad. Sino de ponerla en diálogo con nuestra propia realidad. Tal vez por eso es por lo que esta confrontación resulta en muchas ocasiones trágico. Porque frente al estímulo externo de la realidad, no somos del todo conscientes, ni hemos cultivado, las cualidades y facultades que son capaces afrontar este diálogo: la observación atenta, calmada, paciente; la escucha activa, la que requiere que calle mis egoísmos y mis obsesiones; la memoria, que no deja de ser más que la huella de esos instantes en los que hemos sido capaces de prestar, también con el afecto, sobre todo con el afecto, toda nuestra atención; la capacidad de entender, de comprender, la capacidad de indagar, la curiosidad, , de preguntar; el pensamiento crítico, agudo, analítico, que pregunta por el por qué , que pregunta por el significante y por el significado de las cosas;… y, sobre todo, el cultivo de la voluntad, ese músculo que tenemos tan fofo y deshabituado a base de no ejercitarle con la misma constancia y disciplina que hacemos con los demás músculos.

La creatividad nace también de la ausencia de “grandes recursos”. Es curiosos como son los periodos críticos, las situaciones en las que carecemos de los recursos que habitualmente nos resultan normales y esenciales, los periodos y las situaciones que más espolean nuestra creatividad. Porque dejamos de poner la mirada en lo que no tenemos y empezamos a poner la mirada en los infinitos dones que sí que están a nuestro alcance. Dones maravillosos pero que nos habían hecho creer insignificantes. También porque empezamos a contar, como nunca, con los demás, al caer en la cuenta de que nuestras limitaciones y nuestras debilidades o vulnerabilidades nos ABREN PODEROSAMENTE a ellos. Resulta que era verdad, que el otro no me limita sino me amplía, me abre, me cuestiona, me atiza, me anima, … También me cabrea, me fastidia, me saca de mis casillas. Y, aún así, me ayuda a salir de mi catastrófico egoísmo estéril. 

Hemos hecho de la necesidad, virtud. Hemos hecho de la enfermedad, remedio. Hemos hecho de la escasez, riqueza. Hemos hecho de un alfiler, un agujero negro por el que ha transitado nuestra imaginación. De un papel (o cartulina) nos han salido mapas del tesoro, barcos, pájaros, aviones, molinillos, dibujos, cuadros, adornos, coronas, pulseras, escenarios de teatro, sombreros, cuentos, manteles, disfraces. Con las pinturas hemos experimentado todas las combinaciones posibles de color, de las que ha resultado contrastes inimaginables.  Hemos convertido en jardines los penosos y tristes balcones que exhibíamos en medio de tantas prisas. Hemos convertido las palabras en soldados que salen en defensa de los desvalidos, en consuelo, en letras de canciones, en música, en cuidado, en ternura, … y también nos hemos dado cuenta de todo su poder destructor. Hemos…

La creatividad es la que convierte la realidad, sangrante, en oportunidad. La pared y los muros no proporcionan las piedras para las calzadas intransitadas, para los puentes y las catedrales. Hemos transformado el encierro en un paseo por los rincones de una libertad que nunca habíamos oteado desde las seguridades de nuestro castillo de vanidades. Hemos descubierto un universo en nuestro interior que no tiene nada que envidiar a las noches estrelladas.

Acabo. Esta mañana oía al Comité Científico de Psiquiatría Internacional. No os cuento la parte alarmante (bueno, ya hemos hablado algo de ella) del postaislamiento, sino la otra más esperanzadora. Decían: “Quienes hayan aprendido el arte de redefinir estrategias, destrezas y habilidades tienen seguro un nivel alto de evolución personal y de progreso en su desarrollo humano y social”. La creatividad, palabras que no son mías, “es la medicina milagrosa para las grandes amenazas”. Y esto es así, esto lo digo yo, porque nace de la única fuerza universal capaz de dar un giro a nuestra vida: el AMOR POR LA VIDA.

Autor: Manuel Araus

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