Este virus Covid 19 ha tirado de la manta con fuerza dejando en la intemperie lo que parecía que estaba oculto. En los países enriquecidos la casa parecía barrida para algunos. Lo que realmente estaba ocurriendo es que la «basura» se había metido debajo de la alfombra. Las apariencias sólo se sostienen con ignorancia consentida o deliberada inconsciencia. La oportunidad de cambio que todos invocan no es más que la aceleración de los cambios que los «más previsores» ya estaban preparando. ¿Y quiénes son los más previsores? No parece que sea ni la sociedad (absolutamente desvertebrada y desorientada) ni el Estado. En relación a la Escuela he tomado algunas notas. No las desarrollo ahora, pero las apunto. Para que me sirvan de orientación. A lo mejor entre muchos vamos convirtiendo las intuiciones en propuestas.

¿Qué ha ocurrido a ojos vista? Todos lo hemos experimentado. Se cierra una Escuela presencial obligatoria y se tiene que reinventar un sistema de enseñanza “telemático”. Esto nos PONE FRENTE A UN ESPEJO A LA ESCUELA, especialmente a la Escuela Obligatoria. Nos REVELA de forma muy intensa cosas que sabíamos pero que aparecían de una forma mucho más velada:
Comprobamos la necesidad de redefinir el papel que juega en la actualidad la institución escolar. Revela el importante papel no sólo educativo sino también sociopolítico que representa la institución escolar presencial, especialmente para las familias más vulnerables. Redescubrimos la escuela como un factor fundamental de socialización no sólo secundaria, sino también primaria (que es la función que tradicionalmente se le asigna a la familia). La escuela no sólo tenía la función de «rellenar» la brecha cultural. Resulta que ahora también rellenaba la brecha de la desestructuración familiar.
Nos preguntamos por la función que deben desempeñar los docentes y su capacidad para asumirla. Nos hemos dado cuenta de nuestra “incompetencia digital” sí. Pero también nos hemos dado cuenta que la proximidad y la cercanía, el contacto personal y el vínculo son parte intrínseca de nuestro trabajo. También nos hemos dado cuenta de nuestra frágil vinculación con las familias y con los entornos de los chicos a los que damos clase. Decimos conocer a nuestros alumnos, pero tenemos que reconocer que mucho menos de lo que deberíamos. Conocerlos implica comprometernos más con ellos. El rol que asumimos en la Escuela nos encierra en una torre de marfil. También se ha puesto de manifiesto la importancia que tiene el tiempo de trabajo no presencial en el trabajo presencial. El trabajo que se refiere a la reflexión, a la formación, a la preparación de las clases y a la coordinación con todos los que intervienen en el proceso educativo de nuestros alumnos.
Nos reafirma en el inclasificable papel que juega la administración educativa en el día a día. Si bien puede ser comprensible su desorientación inicial, no resulta nada alentador la distancia tan brutal que hay entre lo que demanda y el día a día de los que trabajan a pie de obra. El proceso de desescalada en las Escuela no espera mucho más de ellas. No ha hecho más que mantenernos en la desorientación para que lleguemos sólitos a la conclusión de que el problema será nuestro. Eso sí, para que ella no sea el punto de mira, vamos a enfrentar a la escuela de titularidad estatal con la de titularidad no estatal concertada. La pugna de siempre, una vez más. Para encubrir que ellos están para servir a los de siempre, que desde luego no es el pueblo ni los que tienen más desventajas, sino al poder económico que necesita que las escuelas sean gigantescas «guarderías laborales». Mantenemos ratios, más ordenadores. ¡Bienvenido Mister Google!

Nos permite conocer mucho mejor la situación sociofamiliar, los entornos cotidianos de aprendizaje de nuestros alumnos. Los «entornos de aprendizaje» tienen mucho que ver con las condiciones de vida de muchas de nuestras familias y, por lo tanto, de muchos de nuestros alumnos. Podemos decir sin equivocarnos aquello de que “cada casa es un mundo”. Muchos núcleos familiares están dañados (separaciones, madres solteras, hogares pluriparentales muy poco estables, relaciones de violencia, …). Penden sobre ellos amenazas e incertidumbres que los sumen en la angustia (pan, techo y trabajo). Son muy diversas también las condiciones materiales de los hogares (espacios, materiales, medios y, especialmente, medios tecnológicos). Y no digamos las condiciones socioculturales de las familias (nivel cultural). Desigualdad social, en definitiva. Aunque la punta del Iceberg ha sido la brecha tecnológica.
Caemos en la cuenta de la debilidad de nuestro tejido social, la fragilidad de las redes sociales. Si bien es verdad que estas se han visto impulsadas a actuar y a desempeñar un papel subsidiario que ha sido fundamental (labores de ayuda mutua a personas ancianas y dependientes y solas, labores de alimentación p.e), también es verdad que la mayoría de la población no está ni asociada ni organizada fuera de sus cada vez más delgadas redes “familiares”. Nos damos cuenta de lo importantísimo que es tener un tejido familiar y social fuerte. Nos damos cuenta de que al final es el único que nos permite sortear las dificultades. Y por eso mismo, lo hemos echado de menos. Lo peor es que cuándo todo pase no nos vamos a dedicar a reconstruirle, sino a pedir que «otros» (las maravillosas ONGs y el mundo del asistencialismo) nos saquen de un apuro del que podríamos salir mucho más fácilmente de disponer de este tejido social fuerte.

Hemos lamentado la fragilidad de los aprendizajes básicos de nuestros alumnos. Hemos bramado, nos hemos quejado, hemos repetido hasta la saciedad lo incompetentes que son muchos de nuestros alumnos para abordar autónomamente las tareas que les encomendábamos. Pero lo que de verdad nos debería preocupar es cómo en la vorágine de los aprendizajes que les estamos ofreciendo, un porcentaje de más de un tercio de ellos es prácticamente analfabeto cuando ha cubierto su periodo de paso obligatorio por la escuela. Nos escandalizan las “brechas” culturales entre las que convive la escuela. A la brecha cultural ahora, además, hay que añadirla la famosa “brecha tecnológica”
Mientras diseñábamos tareas para «no perder el curso», nos dábamos cuenta muchos profesores de la falta de relevancia que tiene gran parte del currículo escolar que les estamos ofreciendo a los chicos. Hay un divorcio, del que antes se hablaba mucho y ahora casi nada, entre la vida cotidiana y el currículo que se estudia en la escuela. Hay que pensar muy poco para llegar a la conclusión que “seguir con las clases” en medio de lo que estábamos viviendo sin tener en cuenta lo que estábamos viviendo resultaba, como poco, muy incongruente (muy “cantoso” que dirían algunos chavales)
También se ha puesto de manifiesto la insuficiencia de los instrumentos de diagnóstico y evaluación y su función segregadora, clasificadora. Por más vueltas que le damos a los «métodos de evaluación», al final lo que todos acabamos teniendo que hacer es una «valoración cuantitativa» basada, más de lo que parece, en pruebas de exámenes. Al final hay que poner a los niños en una escala, en una estadística, que servirá para hacer «clasificaciones», selecciones, notas de corte,… Mejorar la evaluación no es dar con métodos no presenciales que impidan que los chicos copien en las pruebas. Al menos, no sólo eso, creo.
Y algunas cosas más… pero con esto tenemos una buena muestra de lo que nos queda por pensar.
La Escuela, sobre todo la Escuela obligatoria pero no sólo ella, se encuentra, como siempre y como nunca, frente a sus múltiples contradicciones y/o desajustes. Y ello supone un factor de cambio potentísimo que, en función de cómo se analice, la empujará en una dirección o en otra. Lo vamos viendo.
MANUEL ARAUS.
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